domingo, 21 de enero de 2024

Mariposa

Cierro los ojos, recuestas tu cabeza sobre mi pecho. Me abrazas con ese amor que olvidaste hace años, besas mis párpados cerrados mientras aprietas tu puño aferrándote a mi camisa que se ha roto en el recuerdo empolvado del pasado. 

Una mariposa se posa sobre mi mano, estallando en llamas que me iluminan en esta obscuridad, solo para apagarse después en un instante, llevándose con ella el calor de tu piel y la sonrisa de tu mirada. 

Un suspiro suspendido en el tiempo hace eco en la negrura de tu ausencia. Me desvanezco en el vacío de quienes fuimos, la sombra del árbol marchito, el silbido de la canción de nuestro hogar derrumbado. Ya no soy aquel que te amó, y ya no eres ella, la niña que con ternura me amaba mientras se apoyaba de mi brazo.

¿Dónde estás? ¿Por qué me olvidaste? ¿Por qué me rompiste en mil pedazos? Abro los ojos al roce frío de la soledad que me abraza con miedo, que me cubre la cara con sus dedos largos y helados, mientras la mariposa, ahora en cenizas, yace apagada, muerta, entre mis manos.

martes, 13 de diciembre de 2016

De solteros desesperados y la peor cita a ciegas.


Érase una vez un pequeño y jovenzuelo Panda que tuvo su primer novia a los 17 años (amo sus errores, 17 años, ¡¡Su primer amor!!... a huevo que también lo leyeron cantándolo, no se hagan). Y ahí en esa primera relación, descubrí que se sentía bien pinche chingón tener vieja, importarle a alguien, tener a quién apapachar, a quien consentir... y obviamente que me apapacharan y me consintieran también. Descubrí que no era tan malo siendo novio. Las suegras me amaban, los suegros me invitaban a echar una chela en las reuniones familiares. Resulté chingón para ser novio (modestia aparte), y me sentía como pez en el agua cuando estaba con alguna de mis novias.

Así pasaron los años de ese joven Panda, siempre teniendo suerte para el amor... tanta suerte que tuve cuatro noviazgos en un periodo de diez años. Y si, lo leen bien: diez años ininterrumpidos entre cuatro novias totales. Y no se equivocan al suponer que, además de sentirme cómodo teniendo vieja tenía yo un defecto más grande y que a la larga me traería más problemas: tenía pánico de estar sólo, miedo a la soledad.

Viajemos ahora al lejano 2009 si me lo permiten. Su amigo el Panda estuvo a punto de ser sometido a uno de los castigos más crueles e inhumanos legalizado y reconocido por la sociedad: el matrimonio. La fémina con la que iba  a casarme resultó ser incompatible para estar conmigo (o sea que ya nos llevábamos de la chingada, pero ese es material para otra historia, o para charla de alguna terapia). Y fue así que después de cinco años junto a la última morra y diez años totales con alguna novia, me encontré por primera vez soltero... por primera vez estaba yo sólo. Y, como estaba listo para casarme con ésta chica, no tenía plan de escape, no tenía prospectos a la vista. No tenía amigas coquetas a las que pudiera intentar coquetearles, no había siguiente paso. Lo peor de todo es que descubrí que esos diez años me habían dejado con el síndrome de Keiko. ¿Qué es el síndrome de Keiko se preguntarán? Pues después de estar en cautiverio casi toda su vida y al ser soltado en la naturaleza, Keiko se dio cuenta que estaba gordo y era re pendejo para cazar. Así que es lo mismo que me pasó a mí: estaba yo gordo, y no tenía ni puta idea de cómo cazar a una morra nueva.

Los siguientes meses fueron una comedia de proporciones dantescas dignas del Discovery Channel: el Panda intentando aprender a ligar chavas en un mundo nuevo. Falla tras falla iba yo estrellándome contra paredes hechas de desamor. Siempre acelerando a fondo sin medir las consecuencias. Siempre como pato cagándola a cada paso. Terminé con el corazón hecho mierda más de una vez.

 En fin, después de años de prueba y error,  de tratar de ligar morras como sabía yo ligarlas hace un chingo de años, y de desmadrarme muchas veces con muchas mujeres, me di cuenta que tenía que practicar más. Salir a todas las citas posibles para poder entrenarme y así no estar tan pendejo cuando llegara la indicada. Además, era una manera de matar dos pájaros con un tiro, ya que además de practicar, me serviría para ampliar mi círculo de mujeres, ya que había salido yo con casi todas las amigas de las amigas, las primas de los amigos, las conocidas, las chavas de la chamba, las morras del Facebook que no sé cómo agregué en un principio... o sea, todas las chavas que se me atravesaran que tuvieran por lo menos dos ojos y pulso, ya había salido yo con ellas (o por lo menos lo había intentado, tórpemente en muchos de esos casos).

Ahí fue cuando recurrí a lo que en ese momento consideré medidas desesperadas. Empecé a aceptar citas a ciegas. Y si ustedes han aceptado a ir a una cita a ciegas, entonces saben el terror que eso puede significar. Ahora lo veo. Ahora lo entiendo. Las citas a ciegas son el último recurso que la gente utiliza antes de decidirse a ser el loco de los perros, la loca de los gatos, o el loco señor que le puso nombre a sus cuarenta y seis periquitos australianos.

En ese momento no sabía eso, además de que no caía en cuenta de que para que hubiera una cita a ciegas, no sólo debía haber una sola parte desesperada. No señor, para que haya una cita a ciegas tiene que haber dos partes lo suficientemente desesperadas para arriesgarse a salir con un completo extraño que no conoce, del que solo le han contado las cosas buenas, y que los amigos tratan de adornar lo mejor que pueden para que la susodicha cita no salga corriendo despavorida. Puede que vayan a salir con alguien que sea un pervertido que quiera lamerles la planta de los pies mientras silban la Marsellesa vestido como Hitler, o ella puede ser una loca que traiga una navaja en su bolsa para poder así rasurarles las cejas cuando las drogas que puso en su bebida hagan efecto y pueda después guardarlas en su cajita de recuerdos de amor eterno. Ya saben, los temores normales.

Pues aún sin saber mucho a lo que me enfrentaba, tuve mi dotación suficiente de citas olvidables con chicas que seguramente eran un amor y una dulzura de personas, pero que simplemente la química y la aburrición no me permitieron disfrutar. Pero un día una amiga me dijo las palabras que todos los solteros desesperados queremos escuchar: "¡Tengo a la mujer perfecta para ti! Es alta, delgada, trabaja en una empresa en la que ella tiene un súper puesto en cosas de esas como las que tú haces, además… ¡le gusta el rock! Fue al Corona Capital, y creo que va a ver a otra de esas bandas de rock que te gustan. Ya le conté de ti, y me dijo que si te latía, te pasara su correo electrónico para que platiquen".

Oro puro. Mi pinche cerebro explotó. "¡No mames! Por fin va a llegar a mi vida la mujer de mis pinches sueños. ¿Le gustará a mi mamá? ¿Se llevará bien con mi hermana? ¿Querrá una boda grande, o algo pequeño y sencillo de unas trescientas personas? ¿Nuestras hijas serán borregos del TEC como su padre, o dejaremos que escojan ellas su propia escuela? No, yo creo que los hijos deben de ser guiados por sus padres... ¿Y si es un pedo con ella? ¿Y si eso nos lleva a pelear y terminamos separándonos? ¿Cuándo vería yo a mis princesas? No mames, pinche vieja. Que pendeja es si se va a querer divorciar de mí sólo porque quiero lo mejor para mis hijas... pero, bueno, al final creo que podríamos arreglar las cosas y vivir felices una vez que nuestras hijas se casen…” Si, así de pendejo estaba yo. Estoy. Estaba. Bueno, ustedes entienden.

Con todos los pinches nervios del mundo, me decidí al otro día a escribirle un correo que decía algo así como: "Hola, ¿cómo estás? Soy Christian, el amigo de Fulanita de Tal. Mucho gusto. Me dice que te gusta el rock. ¡A mí me encanta también! La verdad es que escribo este correo sólo para tener la oportunidad de que me conozcas y te enamores de mí y le cuentes a nuestros hijos que su papá te enamoró desde el primer momento en que lo  viste. Así que espero verte lo más pronto posible para poder empezar a planear la boda. Te amo". O algo así de pinche desesperado. Pude haber escrito gruñidos neandertales de apareo y hubiera sonado igual.

Así pasamos un par de meses, con correos de ida y vuelta, escribiendo poco a poco de conciertos, de música, de canciones preferidas, de películas, etc. La realidad es que ella siempre estaba ocupada, y no habíamos podido enamorarnos aún. Así que decidí que era suficiente, ya me urgía conocer a la futura madre de mis hijos. Le pedí que planeara un día donde pudiéramos vernos para charlar y finalmente poder conocernos cara a cara. Me dijo que nos viéramos el siguiente martes que no estaría tan ocupada. Y me dijo "Te veo en el restaurante El Corazón de la Alcachofa que está en San Ángel". Yo no tenía ni puta idea de qué restaurante era, pero acepté sin chistar. ¡Vamos! Era el lugar al que mi futura esposa quería ir, así que ahí iríamos.

Llegué ese día veinte minutos antes al pinche restaurante. Fresa, muy fresa. Muy pinche fresa. No acostumbro llevar a lugares así a mis primeras citas, a mis segundas citas, a mis aniversarios, a sus cumpleaños... FRESA. Me senté y comencé a ver a la gente que cenaba ahí: Señores trajeados, señoras de sociedad, juniors escandalosos... y yo, recién salido de la mina Godínez oliendo a oficina y desesperación, vistiendo mi mejor camisa Old Navy de outlet gringo, y mi sonrisa estúpida y nerviosa.

Diez minutos después de la hora acordada la vi llegar. No tenía que presentarse, era ella. Alta, de lentes, delgada, sus piernas más largas que la cuaresma, cabello lacio negro, bolsa en el codo (Que después vi que decía CH, y me dijeron que si, que era cara), traje sastre y una jeta como si estuviera oliendo constantemente un pedacito de caca que se le quedó embarrado en su labio superior. Me levanté y le hice señas. Se acercó y me saludó tan fría como una nalga dejada al aire en una noche de invierno. Se sentó y se disculpó por haber llegado tarde. Le dije que no importaba (amor mío, ya que me ames serás puntual). Y así fue como comenzó una de las noches más largas de mi pinche vida.

Empezamos a hablar del tráfico, del clima, de idioteces. Le pregunté por fin a qué se dedicaba, me dijo que era... bueno, a la fecha no me acuerdo exactamente, pero era algo así como el enlace entre el congreso y las empresas privadas para las nuevas leyes bla bla bla. No lo sé y no me importa ahora. Ahora, si me conocen en la vida real, sabrán que uno de los puntos fuertes que tengo en una cita es mi carisma y mi plática. Seamos realistas, guapo no soy, además de que tengo algo de panza (y por algo me refiero a un chingo). Así que he aprendido a explotar los dones que los dioses me dieron. Pero nada de lo que intentara con ésta chava funcionaba. Comentarios graciosos seguidos de silencios incómodos. Empecé a sentir la plática cada vez más forzada. A jalones y tirones iba yo sacando pedazos de información. Y creo que ella empezó a sentir lo mismo. Entré en modo pánico.

El mesero llegó a romper un poco la tensión, trayendo consigo "la carta". Y digo "la carta”, porque el muy culero trajo un pinche pizarrón de escuela con todos los platillos disponibles, con el precio, y la cantidad que quedaba de cada uno. Y cuando vi los precios sentí hambre... la pinche hambre que iba a sufrir el resto de la puta quincena. Ella sin chistar, pidió un carpaccio de pulpo, y de plato fuerte una langosta (hija de tu pinche madre... ibas a ser la madre de mis hijos) a la mantequilla con puré de papa. Yo mientras sentía como me dolía la cartera ya. Así que hice lo que cualquier Godínez que se enorgullezca de serlo haría: Ver los precios y buscar lo más pinche barato que me encontrara. "¡A huevo! 35 varos… tráigame una... no, no puedo pedir otra charola de pan... puta madre... no, pues tráigame una sopa del día, y... la pechuga con papas...". El mesero soltó un poco de aire por sus dos fosas nasales, que se tradujeron en un "pobre pendejo" en mi mente. ¡Esta vieja me había traído a un restaurante bien pinche caro, y estaba pidiendo hasta para llevar! ¿Langosta? No mames, en mi pinche vida había yo probado la langosta, y esta vieja la pidió como yo pido cuatro de suadero con todo…

"¿Y de tomar qué desean?" ¡No mames cabrón! ¿Pa’ qué chingados le recuerdas que hay que pedir de tomar?... Y ella sin chistar dijo "Yo quiero tomar vino, ¿mandas al sommelier?" Puta madre, en mi pinche vida había yo tenido contacto con un pinche sommelier. En aquel entonces lo más cercano a vino bueno que yo tomaba era Boones frio de durazno comprado en el OXXO. ¿Tendrían unas Viña Real pa' que no saliera tan caro? En treinta segundos llegó un pinche wey mamón vestido todo de negro, colgado al cuello traía  un pinche sombrerito de charro de metal,  y venía empujando otro pinche pizarrón ahora lleno de vinos y precios. "¿Qué vino desearían tomar? Por lo que ordenaron, les recomiendo el Blublu Caré commolachingadé con cuerpo fuerte y olor chingón, o este vino Guagua Ungüevotecostará, con tonos de madera y cuerpo líquido"... obviamente el hijo de su pinche madre del sommelier nos estaba recomendando las dos botellas más pinches caras de todo el pizarrón. Yo nomás veía la parte de abajo del pizarrón, mientras el culero señalaba la parte de arriba. La morra ésta (que cada vez se parecía menos a la futura madre de mis hijos) dijo con un tono de abolengo "Pues a mí me gusta cualquiera de las dos opciones que recomiendas, pero que el señor decida..." mientras me señalaba a mí... Ah qué pinche coraje hice. ¡Ésta vieja ya me había empinado con las dos botellas más caras de la carta! Porque pendejo jodido me hubiera visto yo pidiendo que me trajera un padre Quino de cajita. Ni madres… esto ya se había vuelto un tema de orgullo. Así que con la voz entrecortada, y con una lágrima saliendo de mi cartera pedí la botella más cara. Al final, si iba a sufrir, que fuera con un buen vino por lo menos.

Se fue el pinche wey del sombrerito, y de nuevo nos quedamos solos. Juro que el pinche reloj retrocedía. Le preguntaba de su familia, me contestaba en monosílabos, y terminaba con un desinflado "¿Y tú?". ¿¿Yo?? Yo aquí de pendejo perdiendo mi tiempo y mi dinero con una vieja que se ve que no va a aflojar ni la plática, ni las sonrisas, ni las nalgas ni nada. NADA. Llegamos al tema de las mascotas, y ahí fue donde como dicen en mi pueblo: La puerca torció el rabo, es decir, valió madres. Le pregunté si le gustaban los animales, y su respuesta fue, hasta cierto punto, una pinche respuesta maravillosa, un poema a lo distintos que éramos los dos… una respuesta que a la fecha recuerdo: "¿Animales? A mí los animales nada más me gustan de tres maneras: en mi plato, en mi asiento, o en mis zapatos...". Ahí fue cuando el chip maldito del panda se activó en DefCon 4. Todas mis alarmas apuntaban a que saliera corriendo, pero decidí quedarme y divertirme un rato más. Al fin ya todo se había ido al carajo en mi mente: "¿Ah sí? Qué curioso, a mí me encantan los animales, sobre todo los callejeros. De hecho tengo siete perros recogidos de la calle, y no los he bañado nunca porque siento que les quito parte de su personalidad. Me encanta abrazarlos siempre que puedo para llenarme de su olor. De hecho antes de venir los dejé que me abrazaran y me lamieran la cara. ¿No te parece lindo?"

Priceless... la pinche cara que puso fue priceless... (Priceless significa “no tuvo precio” para mis amigos del CONALEP). Hagan de cuenta que le había dicho que mi hobby era agarrar a nalgadas a abuelitas en la calle. Su cara era de horror mezclada con asco. Y yo le sonreía sólo para joderla. Llegó el pinche sommelier a destapar la botella de vino en la mesa, me dio el corcho, y puse cara de “¿Y a mí para qué chingados me das esto? Tíralo a la basura cabrón, que pienso chingarme toda la botella”. Sirvió un poquito de vino en una de las copas, pero muy pinche poquito, y me la dio.  Pensé “¿Qué? ¡Sírvele bien cabrón! No mames pinche miserable.” Y por la cara que puso, sé que se dio cuenta que yo no tenía ni puta idea de cómo comportarme en ese ambiente. La cara de la morra, era también de “no mames cómo llegué aquí…”. Lindo.

El resto de la cena fue entre silencios incómodos, y miradas a la nada mientras degustábamos nuestros sagrados alimentos. Veía yo mi reloj y sentía que no avanzaba. Me dijo de repente "Oye, perdón, pero tengo que contestar unos correos de la chamba", le dije que no se preocupara, que yo también. Saqué mi celular, y procedí  a escribirle mentadas de madre  a mi amiga a la que nos había presentado. "¿¿¿La pinche “mujer ideal para mi"??? No mames Fulanita, a esa morra le gustan las corridas de toros y sabes que a mí me cagan. Me trajo a un pinche restaurante mamón donde estoy seguro que voy a tener que vender un puto riñón sólo para poder pagar la pinche langosta que se está tragando y el pinche vino mamón que me hizo pedir. Y para acabarla de chingar, le cagan los animales. ¿De dónde chingados creías que éramos perfectos el uno para el otro? Ah, eso sí, ¡descubrí por fin como detener el tiempo! Pinche noche ha sido eterna. Me va a dar chorrillo por tu culpa, y tú vas a tener que venir a sacarme de la cocina, porque me van a poner a lavar platos… ¡Me las vas a pagar!” Creo que los dos estábamos mentándole la madre al mismo tiempo a nuestra amiga en común, ya que ella tampoco dejaba de escribir en su Blackberry (para que se den una idea de hace cuánto tiempo fue eso), porque neta la noche había estado de la chingada.

"¿Postre?" Dijo el mesero con su pinche sonrisa pendeja. Seguramente él y el pendejo del sommelier estaban cagándose de la risa de mi pinche cara todavía. Yo pensé "No chinguen, ya no... no mamen, me van a traer al pinche postrellier con otro puto pizarrón y ahora si hasta los pinches calzones me voy a tener que bajar". Y la morra dijo sin ver la carta siquiera "Si, tráeme un BlablaBluu con un café americano". Pinche mesero sonrió y me dijo "¿Y para usted caballero?" "*Putamadrepuesyaque* tráeme un café nada más por favor…".

Silencio. Las miradas clavadas en los teléfonos. Yo pensaba "¿Por qué chingados pidió postre? ¿Qué no ve que esto está de la chingada?". Llegó su postre y nuestros cafés. Silencio. Cruzábamos una mirada y sonreíamos falsamente, sólo para regresar rápidamente la mirada a los celulares. Cuando por fin comió la última cucharada de su BlablaBluu, levanté la mano para pedir la cuenta. Y venía el momento de la verdad. ¿De cuánto iba a ser el pinche sablazo? Llegó la cuenta, y claro que el pendejo del mesero me la dio a mí. Cuando la abrí, no pude evitar soltar un ligero "Ahhhhsuputamadre" como suspiro hacia adentro, en una mezcla de horror, incredulidad y sorpresa… como cuando ves  una tarántula gigante posada en tus huevos a punto de picarte. De la chingada. Un par de gotas de sudor perlaron mi frente, mi mano temblaba mientras se dirigía a mi nalga para sacar la cartera que ya gritaba de dolor de la cogida que estaban a punto de acomodarle, cuando levanté la mirada y vi que ella ya había puesto su tarjeta en la mesa mientras me decía "Toma, la dividimos si quieres..."

Pinche Panda orgulloso. Pinche Panda jugándole al Don Vergas. Pinche Panda pendejo que era yo. ¿Si eso me pasara ahorita? Puta, ¡que pague ella por escoger un pinche lugar tan pinche caro! Es más, aprovecho y pido para llevar.  Pero en aquél entonces aún tenía yo algo de dignidad. Pensé “Esta pinche vieja va a ir a contarles a todos que estuvo en la peor pinche cita de la historia, y que aparte, con un wey todo jodido que no pudo ni pagar... ¡NI MADRES! Esta vieja podrá decir que soy naco, que soy aburrido, que estoy bien pinche feo... pero por lo menos no me podrá decir jodido”. "No te preocupes. Yo invito" dije con un nudo en la garganta. Juro que hasta un gallo se me salió. Y sin más, me dio las gracias y guardó la tarjeta. Pinches propinas duelen más cuando van a dos hijos de la chingada que de seguro a la fecha se siguen cagando de la risa gracias a mí.

Pagué, y salimos caminando juntos a la puerta. Mi auto ya me esperaba afuera. "Bueno, pues gracias por la cena, nos vemos", y comenzó a caminar hacia Insurgentes (estábamos en Altavista). Pinche Panda pendejo que no sabe quedarse callado: "¿Cómo te regresas a casa? ¿No traes auto?". "No, me voy en metrobús". Eran las 11:30 pm de un martes, y la neta me dio cargo de conciencia dejarla ir caminando sola en la noche... Y ahí voy de pendejo de nuevo "¿No quieres que te lleve a tu casa?" Que diga que no que diga que no que diga que no. "Pues no quiero desviarte, no te preocupes" respondió. ¡Ah como soy pendejo! Que diga que no que diga que no. "No me desvías, además es tarde. Súbete". Ah pinche Panda pendejo, ahí vas de imbécil a cagarla de nuevo.

Terminé llevándola a su casa que estaba a diez minutos de ahí. Nos despedimos sin siquiera darnos la mano. No intercambiamos teléfonos. No dijimos más mentiras de "Me la pasé muy bien", o "Repitámoslo después", o "Yo te llamo". Nada. "Bueno, gracias, bye". Y se bajó en la que yo creo era la puerta de su casa, y digo “creo” porque ya no vi que entrara en ella. Me arranqué y me regresé a mi casa sintiéndome muy pendejo, con un hoyo en el corazón y otro en la cartera. No sólo había perdido a la futura madre de mis hijos... también había yo dejado media pinche quincena en un pinche restaurante que sí, estaba a toda madre, pero con una vieja que de seguro pasó también una de las peores noches de su vida junto a este gordito.

Así terminó la peor cita a ciegas de mi vida. Desde entonces no he vuelto a repetir esa experiencia de salir con alguien que no conozco… ni madres que me vuelven a empinar con una cuenta así. Maduré. Me ayudó a aprender a querer mi soledad. Aprendí que es bueno estar solo para conocerse a uno mismo.   Ya años después me enteré que esta morra se casó con un wey y tuvo una beba hermosa de la que me enseñaron fotos. Todo salió bien al final. Ella con su familia, yo con mis siete perros recogidos de la calle. El único pedo es que no sé aún dónde voy a poner las jaulas de los pinches periquitos australianos, porque si van a ser un chingo. Eso sí, los nombres ya los tengo escogidos. Al final todo salió bien para los dos. TODO SALIÓ BIEN DIJE. 
TODO...

miércoles, 16 de abril de 2014

"El Taxi"


Había sido una tarde bastante productiva para el joven. Después de haber estado cerca de 5 horas en la calle había obtenido un gran botín de todas sus víctimas. Seis carteras (de las cuales logró sacar más de tres mil pesos en efectivo,) tres relojes (uno de los cuales se puso inmediatamente porque le había gustado mucho, al fin después lo vendería bastante caro), dos pulseras (una de oro y una de plata), un par de celulares, y tres cadenitas de oro.

Toda la tarde, haciendo uso de su gran habilidad, había asaltando a transeúntes y trabajadores de oficinas, que en un viernes de quincena, regresaban en transporte público a sus casas. Sabía que muchas personas traían dinero para empezar el fin de semana. Algunas de las carteras las había robado de las bolsas traseras de los pantalones de algunos incautos que, ensimismados en sus propios pensamientos, jamás se percataron que habían sido asaltados. Para lograr pasar desapercibido, el joven vestía traje negro, camisa blanca, corbata roja y cargaba una mochila, donde guardaba todo lo robado.

Él sabía el secreto: para obtener la mayor cantidad de ganancias de lo que robara, debía dejar de lado la suerte y escoger mejor a sus siguientes víctimas. Armado con una pistola cargada con 6 balas (sinceramente esperaba no tener que dispararla, sólo quería usarla como herramienta para amedrentar a sus víctimas), esperó a que las sombras de la noche lo ocultarán en lo más profundo de las calles de la Ciudad de México.

Así, tomando por sorpresa a sus víctimas mientras caminaban por una parte oscura de una calle solitaria, los enfrentaba, amagándolos con la pistola, y quitándoles todas sus pertenencias mientras les gritaba todas las groserías que sabía, ya que mientras más desesperado, más amenazante y más agresivo lo hiciera, eran mayores las posibilidades de que la pobre gente se espantara, y le entregara sus pertenencias sin chistar. “¡Ahora si ya valiste verga puto!”, “¡Haz lo que te digo cabrón si no quieres que te meta una bala en la cabeza!” eran frases que utilizaba normalmente.

Eran ya las 2 de la mañana del sábado, por lo que se dispuso a regresar a su casa después de un arduo día de “trabajo”. Caminó a la avenida más cercana y paró un taxi levantando la mano izquierda. Un Vocho se detuvo frente a él. -¿Para dónde va joven?- le preguntó un viejo de voz afable. -Voy aquí para Neza.- respondió el joven. Después que el viejo afirmó con la cabeza, el joven se subió al taxi y comenzó a estudiarlo. Vestía camisa blanca remangada. Tenía la pinta de haber tenido una jornada larga. Traía pantalones negros, además de un par de zapatos gastados. Después, desvió la mirada hacia la caja de dinero que tenía frente a él. Había muchísimas monedas, lo que le indicaba que seguramente había mucho efectivo escondido en algún lugar . En ese momento, se decidió a que lo metería por una calle solitaria que hay cerca de su colonia, donde podría amagarlo y aumentar el botín de la noche.

-Y cuénteme jefe, ¿desde qué hora anda ruleteando?- le preguntó únicamente para saber sí su observación había sido acertada. -Desde las 9 de la mañana joven. Como el taxi es mío y tengo a dos chavitas en la secundaria, tengo que chambear mucho más. Un taxi parado, es dinero parado, diría mi señora- le contestó el viejo con una sonrisa, mientras lo miraba por el retrovisor.

Esta sería una presa fácil. Casado, con hijos, taxi propio... No opondría gran resistencia ni haría una pendejada para arriesgar su vida. El taxi siguió su camino en una ciudad ahora solitaria, sus calles brillando con un fulgor naranja, con el viento helado entrando por una rendija de la ventana. Comenzaba a sentir ese golpe de adrenalina que le recorría el cuerpo cuando sabía que estaba a punto de entrar en acción. Metió la mano en el bolsillo de su saco, y sintió el mango frío de la pistola entre sus dedos.

-Dé vuelta a la derecha en la siguiente calle por favor- indicó al viejo del taxi. Era una calle en una zona industrial de la ciudad, donde la mala iluminación de la calle, y la falta de autos y personas a esa hora de la noche creaban el escenario perfecto para poder escapar. -Claro joven, usted me indica dónde- contestó el viejo.

El taxi dio vuelta, y avanzó cerca de media cuadra. Cuando sintió que se frenaba por un tope que ahí había, el joven volteó hacia atrás para cerciorarse que no hubiera ningún auto que pudiera presenciar el robo. No había una sola luz cercana. Sacó la pistola y la apuntó al viejo mientras regresaba la mirada. Gritó, aún mirando hacia atrás -¡Ahora sí hijo de la chingada ya valiste verga!- pero esta vez algo sonó diferente. Su voz se mezcló con otra que no era la suya, y gritó exactamente las mismas palabras, exactamente al mismo tiempo -¡Ahora sí hijo de la chingada ya valiste verga! ... Justo cuándo su mirada regresó al frente, se encontró con el cañón de una pistola apuntándole a la cara, mientras el viejo afable y amistoso que lo había levantado minutos atrás, ahora lo miraba con ojos amenazantes mezclados con desconcierto y espanto, ya que sufrió la misma sorpresa que el joven...

-¿Qué?- gritaron los dos al mismo tiempo de nuevo. Si hubieran ensayado esta escena durante semanas, su sincronía no hubiera sido así de buena. -¡No estoy jugando cabrón! ¡Esto es un pinche asalto!- gritó con la voz entrecortada el joven. -¡Dame todo el efectivo o te vuelo la cabeza!- gritó mientras le temblaba un poco la mano. -¡Yo tampoco estoy jugando pendejo! ¡Dame la mochila y el reloj o te voy a hacer una nueva boca pinche puto!- El viejo gritó mientras volteaba un poco la cabeza, ya que sentía el cañón de la pistola del joven en su rostro. – ¡Yo te asalté primero!- dijo el viejo. –Ni madres güey, yo te apunté primero cabrón…-

Pasaron en silencio cerca de diez segundos, pero tanto en la mente del viejo como en la del joven, cada segundo parecía eterno. Ambas pistolas apuntadas, gotas de sudor comenzaron a rodar en ambas frentes. -¡Baja la pistola cabrón, juro que te va a cargar la verga si no lo haces!- gritó el joven. -¡Ni madres! ¡Bájala tú! ¡No serías el primer cabrón al que me cargo!- respondió el viejo. De nuevo, el silencio y la tensión llenaron el taxi. Ambos entrecerraban los ojos, porque claramente les molestaba el tener el cañón de una pistola apuntado a la cara.

-Piensa en tus hijas cabrón… ¿quieres salir mañana en el Metro? ¿Por unos cuantos pinches pesos?- El joven trataba de razonar con el viejo para que cediera. – ¿Cuáles hijas pendejo? ¡No tengo hijas! Eso lo digo para que pendejos como tú se confíen- Respondió el viejo, mientras se notaba que la adrenalina bajaba. –Por lo que veo, tú tampoco debes trabajar en ninguna pinche oficina… ¿O me equivoco?- Preguntó el viejo, mientras veía el traje negro del joven. –Pues no ¡Claramente no cabrón!- respondió el joven con un poco de desesperación. – Ya cabrón, baja la pistola… soy tu cliente y… ¡y me tienes que dar la razón!- No sabía por qué había dicho eso, pero ya no pensaba claro. -¿Qué? No mames… en ese caso tú estás en mi taxi… así que tú baja la pistola y dame la mochila…- dijo el viejo con un poco de duda. –Pues no voy a bajar la pistola.- dijo - ¡Pues yo tampoco!- y se hizo el silencio de nuevo. Las mentes de los dos, del joven y del viejo, comenzaban a llenarse de miedo. Habían visto sus caras, y al parecer había sólo una salida posible a esta trágica e irónica situación…

- Vamos a hacer algo… te propongo que los dos, a la cuenta de tres, bajemos las pistolas, yo me salgo del taxi y tú te puedes ir a la chingada si quieres… cada quien su golpe- La propuesta del joven ofrecía una salida para los dos. - ¿Y cómo sé que no me vas a chingar cuando baje la pistola? Ni madres… bájate del taxi, pero no voy a bajar la pistola- dijo el viejo, que ya no confiaba nada, pero quería también que ya se acabara esa situación. –Está bien está bien… voy a bajarme, ¡pero no quiero chingaderas eh!- Dijo el joven, mientras sentía que la boca se le secaba de los nervios. Si iba a salir de esa situación, tendría que ser muy cauteloso.

El joven volteó los ojos hacia la manija de la puerta, y estiró la mano para bajarse. La abrió lentamente sin dejar de apuntar al viejo, sacó un pie a la calle, y cuando estaba a punto de salir, escuchó una nueva voz que gritó -¡Ahora sí hijos de la chingada ya valieron verga!- un tipo ni tan viejo ni tan joven, vestido todo de negro salió de entre las sombras, apuntando la pistola al viejo del taxi. El joven, instintivamente apuntó su pistola al nuevo tipo ni tan viejo ni tan joven, mientras el viejo seguía apuntando su pistola al joven. El nuevo tipo abrió los ojos con espanto cuando se dio cuenta de lo que pasaba. Se quedaron en silencio unos segundos, y después, a tres voces perfectamente sincronizadas y en forma de suspiro, todos dijeron al unísono –Puta madre, no puede ser…- sin dejar de apuntar sus pistolas.

jueves, 27 de febrero de 2014

"Cuestión de tiempo"

Despertó en medio de un estremecimiento, con el baño de un balde de agua helada en la cabeza. Sabía que tenía hielos, porque sintió incluso pequeños golpes en la cara. No sabía cuanto tiempo había pasado desde que lo amarraron a esa silla, pero sabía que no faltaba mucho tiempo para por fin ser libre. 

Intentó abrir los ojos. Se sentía cegado por una luz que le apuntaba al rostro. Sintió dolor en todas sus extremidades. De sus muñecas corrían hilos de sangre diluidos en agua, porque los cinchos con los que lo amarraron estaban demasiado apretados. Ya había perdido casi toda la sensación en sus pies, sólo quedaba un agudo dolor que incesantemente le clavaba agujas en la piel.

Estaba desnudo, y sentía como tiritaba completamente de pies a cabeza. Sentía ahora un dolor inmenso en la cabeza, debido a los golpes que había recibido durante horas, sino es que días. Había sido golpeado con la cacha de una pistola, y sentía como su ojo derecho estaba ciego. Un último golpe en la nuca hizo que que perdiera el conocimiento la última vez.

El interrogatorio había sido más que eso. Había sido una tortura. Tenía varios dedos de las manos rotos, porque los habían martillado uno a uno, tratando de quebrar su voluntad. La realidad es que estaba tan preparado mentalmente para cualquier tipo de dolor, que lo único que habían alcanzado a romper eran su falanges.

Un tipo se acercó de nuevo a él. Traía en una mano un bisturí, y en la otra unas pinzas de presión. No hablaría. No caería en su juego, por más  dolor que le infligieran. Sabía que era cuestión de tiempo para ser libre. Pronto todo terminaría. Sabía que su fe era inquebrantable. Todo lo llevaría a ese momento de libertad.

El tipo tomó el bisturí, y lo insertó lentamente en su pierna izquierda. Escuchó cómo  cortaba el tejido poco a poco, mientras el dolor casi lo hizo desmayarse. Se nubló la vista del único ojo que tenía abierto. Trató de reprimir un grito de  dolor con todas sus fuerzas, y lo único que logró escucharse de su boca fue un ligero gruñido.

El bisturí quedó clavado en su pierna, mientras, con las pinzas de presión, atrapó su nariz. Fue tan grande el dolor que sintió, mientras apretaban y torcían su ya rota nariz, que a punto estuvo de gritar y pedir clemencia por su vida... Pero se contuvo. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Lo único en lo que podía pensar era en su familia, y que pronto sería libre.

Comenzó a calcular el tiempo, y se imaginó que faltaría sólo un poco más. Tendría que aguantar un poco antes de que fuera salvado. El tipo ya había salido del cuarto, y alcanzaba a escuchar gritos tras la puerta. Parecían estar desesperados. Pero él no hablaría. No caería en su juego.

Se abrió la puerta de golpe, dejando entrar luz del exterior. Era de día. Dos siluetas entraron apresuradamente. Esta vez, traían cada uno una pistola. Sin preguntar nada, uno de ellos le disparó en la rodilla derecha. No pudo contener el grito de dolor que eso le causó. Sintió como sí su pierna hubiera estallado en mil pedazos. -¿Vas a hablar ahora?- gritó después de haberle disparado. -¡Habla pedazo de mierda! ¡Habla o juro que te meteré una bala en el cráneo!- gritó mientras encasquillaba su pistola. La apuntó con un golpe seco en la sien.

-¡No sé de qué me están hablando! Les juro por la vida de mis hijos que no sé de qué están hablando...- alcanzó a decir entre lágrimas. El pensar en sus hijos le causaba más dolor del que estos tipos pudieran provocarle. Pero sabía que pronto sería libre.

-No va a hablar... ¡Estamos jodidos! ¡Jodidos! - se escuchaba la desesperación en su voz. El tipo que había disparado comenzó a caminar de un lado a otro, mientras jalaba sus cabellos.  El otro tipo que había entrado con él,  había ya dejado caer su pistola, mientras se ponía en cuclillas recargado contra la pared.

No había caído en su juego. No había sucumbido a los golpes, a los maltratos, a los choques eléctricos, a la herida de bala, a la privación del sueño, al hambre, a la sed, a las fracturas, y a la pérdida de sangre.  Sabía que mantenerse firme, y no inculparse lo ayudaría.  Sabía que pronto sería rescatado. Era cuestión de tiempo. Volteó su mirada a la derecha. Las cosas que le habían quitado cuando lo secuestraron, su ropa, su celular,  su reloj, todo estaba en una bolsa, en la esquina del cuarto donde lo mantenían.  Ojalá pudiera llegar a ellas.

El tipo que le había disparado en la rodilla, se acercó de nuevo a él. - Por el amor de Dios, tienes que decirnos. Aún hay tiempo...- Los papeles se habían volteado. Ahora ellos rogaban. Ahora ellos, con lágrimas en los ojos imploraban clemencia. El silencio que recibieron por respuesta los inquietó más. Siempre escucharon las mismas respuestas, no sé de que hablan, tienen a la persona equivocada, tengo familia, juro que no sé nada. Pero ahora ese silencio, esa falta de respuesta... Les respondía de la peor manera posible.

-Tenemos que avisar... ¡Tenemos que salir de aquí! Aún no han evacuado la ciudad completamente. ¡Avisa a todos que debemos irnos ya! ¡Aún hay tiempo!- sus gritos y desesperación llenaron el cuarto entero. Tomaron sus pistolas, mientras corrían a la puerta. -¡Este es el agente especial Jones del FBI, tienen que evacuar la ciudad inmediatamente! No sabemos la ubicación de la bomba, repito, no sabemos la ubicación de la bomba. Evacuen la ciudad ahora!- gritaba por el radio.

-Ya no hay tiempo... No hay nada que puedan hacer... -  dijo mientras cerraba el único ojo por el que podía ver. De la esquina del cuarto, se escuchó la alarma de su reloj. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Una explosión lejana hizo estremecer las paredes. Todo comenzó a temblar con un rugido cada vez más fuerte y ensordecedor. Pensó en sus hijos, y que ya estaría con ellos. Por fin había sido rescatado. -Los amo...- alcanzó a decir por última vez antes de que la onda expansiva lo alcanzara y arrasara con todo. Por fin era libre...


domingo, 24 de febrero de 2013

Soledad

Levanto la mirada, y ahí se encuentra el reflejo del sol en mis ojos. Tengo que cerrarlos porque la oscuridad de donde vengo me ha acostumbrado a las sombras. Doy dos pasos trémulos, sintiendo el frío del viento entrando en mis pulmones. Doy tres respiros largos y profundos. Me cala las entrañas, pero esa frescura me agudiza todos los sentidos. Ya no hay sombras, ya no hay ese olor a viejo y rancio que todo impregnaba hacía unos días.
 
Abro poco a poco mis ojos. Ya están adaptándose a la luz, por lo que ya puedo ver más allá de la blancura inicial. Estoy parado a la mitad de un campo verde, con una línea de árboles que me rodea en todas direcciones a lo lejos. Cada árbol tiene por lo menos 300 años de altura. Acaba de amanecer. El rocío impregna todo a mi alrededor, llenando de brillos y diamantina líquida cada pasto, cada hierba que toco con mis manos. 
 
El cielo azul está manchado de tonalidades moradas, rosas y naranjas. Nubes pasajeras reflejan los rayos de la mañana, dibujando figuras y barcos en un mar de aire.  Tengo helados los pies, me doy cuenta que estoy descalzo. Cierro los ojos, y busco algún sonido familiar entre aquella soledad. Nada. Espero detenido en el tiempo una señal de algo, de cualquier cosa. El viento mueve las copas de los árboles a lo lejos. Se escucha su danzar, silbando ligeramente cuando el viento acaricia sus hojas. Pero no se escucha nada más. Estoy solo en esta inmensidad. 
 
Abro los ojos. Me doy cuenta que tengo los puños apretados. Lentamente suelto mis manos. Caen cenizas y hojas, cartas que alguna vez significaron algo para alguien. Todo se ha quemado, no hay nada más que escribir en esa historia. No quedan más que esas viejas páginas que se lleva el viento para nunca jamás volver a ser leídas. Levanto la mirada, siento como el sol va calentando mis pies y mis manos. Ya no me siento solo. Doy unos pasos más seguros, ya no tiemblan mis piernas. Voy haciéndome consiente de mí mismo poco a poco. 
 
Respiro nuevamente, me llena el olor del césped y la tierra. Podría quedarme ahí para siempre, pero debo avanzar. Ahora me dirijo hacia los árboles. Veo a lo lejos un camino que se abre paso entre la espesura del nacimiento del bosque. Me dirijo hacia allá. No hay nada familiar en todo esto que estoy viviendo. Los árboles son más grandes de lo que yo esperaba. Conforme me acerco a ellos, veo lo grandes que en realidad son (por lo menos 400 años de altura). Avanzo determinado a entrar a ese camino. Desvío la mirada a la derecha y me encuentro con otra senda más. Examino de nuevo la línea de árboles. Hay un camino nuevo cada par de segundos después.
 
Me detengo. Cada camino se ve oscuro desde donde estoy parado. No sé a dónde se dirigen, ni qué cosas encontraré ahí. Un sentimiento de angustia embriaga mi interior. Cierro los ojos nuevamente y espero una señal. De pronto siento la necesidad de caminar por ese camino que me había llamado desde el principio. Ya no hay angustia. Me adentro en la oscuridad del pasaje y me pierdo de nuevo en la soledad y oscuridad que tan bien ya conozco, no sin antes voltear por última vez al claro de donde caminé. Hay alguien parado a la mitad del campo, con los puños apretados, con la cabeza dirigida al cielo, y con los ojos cerrados. Está descalzo, en medio de esa soledad tratando de entender quién es…

jueves, 3 de mayo de 2012

"Pesadilla"

Estoy acostado en mi cama con los ojos cerrados y los puños apretados, cubriéndome bajo mis sábanas. Llevo horas tratando de no moverme, porque sé que está ahí afuera acechándome...

Trato de contener en mi pecho cada respiración. Intento hacer el menor ruido posible, escuchando esa otra respiración a mi lado. Yo respiro, y él respira al mismo tiempo. No puedo verlo, pero lo escucho cerca de donde estoy. Siento su presencia.

Me doy cuenta que estoy tiritando de frío. Abro los ojos, y la poca luz que entra por mi ventana ilumina mi vaho. Busco con la mirada a mi alrededor, sin moverme. Quiero parecer dormido. No sé qué haré si sabe que estoy despierto.

Escucho algo que se arrastra en el piso de mi habitación. El silencio es rasgado con el estruendo de la madera que cruje. Siento como mi corazón se acelera cada vez más. El pánico comienza a apoderarse de mi cuerpo. Vuelvo a cerrar los ojos con todas mis fuerzas, mientras repito en mi cabeza "Es sólo tu imaginación"...

Vuelvo a abrir mis ojos por un instante esperando despertar de esta pesadilla, y ahí estaba frente a mi... Esa silueta obscura parada a los pies de mi cama, mirándome fijamente... Y en la pared escritas con sangre las palabras "Sé que estás despierto"...

martes, 21 de febrero de 2012

De Godinez, manuales y oficinas

¿Son ustedes unos Godínez en la extensión de la palabra? ¿Son la clásica persona que vive, trabaja y respira las oficinas? ¿Sabe querido follower, lo que es un Godínez?... Deje les platico lo que es un Godínez, en caso que usted no lo sepa: un Godínez es la persona que trabaja en una oficina, ya sea gubernamental, o de alguna empresa privada, en la que pasa por lo menos 9 horas al día, conviviendo con más Godinez que tratan de ganarse la vida ahí. El Godinez esta orgulloso de trabajar en un ambiente Godinez, presumiendo sus habilidades, sus trofeos, y sus gafetes...

Yo soy muchas cosas en esta vida: soy payaso, medio chef, concert junkie, fotógrafo amateur, comediante de closet, empresario sin quererlo, melómano, geek, bloggero, tuitero, modelo de calzones Trueno, piloto de carreras a 20km/h en el tráfico de esta pinche ciudad, pambolero, Forever alone... Pero una de las cosas que absorbe el 80% de mi tiempo en cada día... Es que si, como lo imaginan, soy un Godínez en toda la extensión de la palabra...

Teniendo una plática por correo electrónico de la chamba (el messenger del Godínez) hoy por la mañana con una amiga Godínez de otro ecosistema, salió una frase que me dio mucha risa. Ella mencionó que el "Manual de Godínez" recomendaba cerrar cualquier correo con un "Saludos cordiales"... Y aparte de la risa que me provocó darme cuenta que era verdad lo que me decía, hizo que una de las pocas neuronas que no sucumbieron al alcohol, drogas y golpes que mi madre tuvo cuando estuvo embarazada de mi, pensara en el potencial de dicho manual si existiera. Si existe el manual de Carreño, ¿¿por que chingaos no va a existir el de Godínez??...

Este es el primer paso que se dá en el camino de profesionalizar el puesto del Godínez. Es un bosquejo de cómo sería dicho manual, con los temas que a nosotros los Godínez nos interesan, y dando una visión clara a las futuras generaciones de Godínez, del tipo de problemas a los que nos enfrentamos en esta dura vida que escogimos...

"Manual de Godínez"
 
Índice
 
1.  Redacción de correos electrónicos y memorandums en dialecto Godínez
2.  Esquema, redacción y política en Post-Its
3.  Cuadernos y libretas: Comprensión de Jeroglíficos
4.  Manejo y cuidados de impresoras / fotocopiadoras: 100 trucos para domar a la bestia
5.  Reseteo y golpeo de PC’s y computadoras como medio de reparación y recuperación de archivos
6. Microsoft Office: el martillo y serrucho del Godínez
7. Excel: El infierno cuadriculado
8.  Teléfonos: Comprensión de funciones básicas y generación de conferencias
9.  Cumpleaños: 1,001 canciones de festejo forzoso
10. Geometría analítica de la rebanada de pastel perfecta de cumpleaños
11. Manejo de tuppers sucios en la cocina: desperdicios tóxicos
12. Espacio y distribución de alimentos en la lonchera
13. El baño como centro de convivencia Godínez
14. Ambientación y decoración del lugar Godínez
15. Código de vestimenta de un Godínez: mil y un usos de un traje
16. Mujeres Godinez: el gris y negro como color de todas las temporadas
17. Las corbatas como camuflaje y distracción
18. Visión del refrigerador de la oficina como un ecosistema en equilibrio
19. La cafetera, el café y sus usos como remedio a la fatiga crónica
20. Microondas: Mitos del teclado rápido para hacer palomitas
21. Manejo y disparo de extinguidores a hornos y compañeros Godínez
22. Química de una mancha
23. Administración del horario de comida para hacer pagos
24. El comedor empresarial: Reglas básicas de alimentación penitenciaria
25. La junta de trabajo: un espacio de diálogos y enfrentamientos Godínez
26. Invasión y ocupación de la sala de juntas: tácticas y estrategias para obtener el mejor lugar
27. Cuidado y riego de plantas artificiales
28. El aire acondicionado: Pros, Contras y supervivencia en ambientes extremos
29. Minutas de trabajo: ¿Qué son?
30. Búsqueda, investigación e interacción de Restaurantes con Servicio a domicilio
31. Archivos y expedientes: aplicación de las Teorías del Caos
32. La cadena alimenticia: Entendimiento y disección de un organigrama
33. El gafete como medio de ser e identidad en el ecosistema
34. Recursos Humanos: Comprendiendo la complejidad del monstruo acomplejado
35. Urgencias: Diagrama de flujo de la culpa y explotación de recursos inferiores
36. Simulacros y evacuación: Aprovechamiento del descanso para fumar y alimentarse
37. Sistemas: ¿Un mal necesario?
38. Amor en el ecosistema Godínez: Reglas básicas para el apareamiento entre colegas
39. Secretarias: Psicología de las protectoras del Godínez mayor
40. Finanzas para Godínez: Tandas, pirámides, y ventas por catálogo
41. El evento Navideño: Experimentos con Godínez en ambientes controlados
42. Godínez mayor: Mitos e hipótesis de su existencia como deidad laboral

miércoles, 20 de abril de 2011

De osos, codornices voladoras y ojos que chillan...

¿Alguna vez han hecho el oso de la vida? ¿Alguna vez han metido la pata, y han querido que se abra la tierra y los trague hasta lo mas profundo de sus entrañas? De esas que dicen "Dios, ¿Por qué no cae un puto rayo cuando se necesita?". Pues creo que todos en algún momento nos hemos encontrado en alguna de esas terribles situaciones.

Me da risa acordarme, pero una de las más cercanas que me pasaron fue hace cerca de un mes. Iba yo a un concierto en domingo (que por cierto, aún debo hacer mi entrada de los conciertos), por lo que pasé por mi eterno compañero de conciertos el Paco (Si no lo conocen, tiene un blog de conciertos precisamente: paquitolopez.blogspot.com). Ya que íbamos en camino, decidimos parar en un cajero Bancomer que se encuentra junto a Hooters en Altavsta sobre Insurgentes. Bajamos los dos para sacar la lana para las chelas. Veníamos platicando mientras sacábamos dinero, y al regresar hacia el carro, el idiota del Panda no se da cuenta que había en su camino una puta banquetita amarilla (tope de estacionamiento), y se tropieza con su patita de hobbit. Trastabillé tres pasos antes de darme cuenta que no iba a poder rescatar la maniobra. Mi magnánimo cuerpo iba en caída libre al suelo. A pesar de que tengo el cuerpo de un Panda Gigante, soy bastante ágil y atlético, así que decidí caer de la mejor manera, metiendo el hombro y lomo para amortiguar el golpe. Pequeño detalle: acababa de llover, así que fui a estrellarme en el charco mas sucio y apestoso de todos los alrededores, salpicando agua como Keiko en todas direcciones (si Keiko hubiera caminado y caído en un charco de agua sucia). Paquito corrió a preguntarme si estaba yo bien, (pero bien pendejo), mientras mojaba sus pantalones de la risa (junto a una pareja que estaba en su camioneta en el semáforo en ese preciso instante y vieron como caía, seguramente en cámara lenta...) Recuerdo que me quedé tirado unos instantes mientras me reía y me daba cuenta que iba a pasar todo el concierto de ese día oliendo a charco estancado. No me lastimé nada, no me rompí nada... Solo me abollé el orgullo y la autoestima que me quedaba se me escapo entre las risas de Paco y los tarados de la camioneta.

Otra de las veces que recuerdo que pase una vergüenza del tamaño del diablo fue en la universidad. Estaba en clase de Dinámica (como física Newtoniana avanzada... Recuerden que soy Ingeniero) y recuerdo que me sentía un poco indispuesto del estomago. Tenía unos trinches retortijones que no podía con ellos... Parecía que una maldita marmota estaba revolcandose en mis tripas mientras se pedorreaba dentro de mi. Estaba yo sentado al frente de la clase, tecnicamente sólo en 3 filas (si... En clases era medio ñoño) y el profesor divagaba alguna estupidez. Recuerdo que en mi estúpida mente, pensé que si "liberaba" un poco de presión, me sentiria mejor, y en el anonimato que te da un grupo de estudiambres que comen cualquier porquería porque nunca traen dinero, podría ver feo a cualquiera para imputarle la culpa antes que nadie. Oh mi Dios... ¡¡parecía que me iba a morir!! Cómo si hubiera comido caca, el olor era completa y absolutamente nauseabundo. Y para hacerlo peor: en ese momento al profesor se le ocurre acercarse hacia donde estaba yo solito, mientras se dirigía a toda la clase. Juro que le lloraron los ojos (a mi me estaban chillando como si cortara cebolla). Creo que cuando le dió el golpe, estuvo a dos de desmayarse pero mantuvo la calma. Se encaminó a la puerta mientras seguía hablando, y la abrió... mientras, el Panda se moría por dentro de la pena (y del asco...  neta que me estaba muriendo de algo...)

Siempre he creído que lo mejor que debes de hacer es reírte, y tratar de pasar la pena lo mejor posible. Normalmente no soy una persona que se apene facilmente. Normalmente me verán riéndome, haciendo escándalo, ruido, cotorreando a meseros, cajeros, etc etc. Pero hay veces que ni eso es suficiente para pedir que te aplaste King Kong, o te trague la tierra. Uno de los mejores osos que me he aventado en mi vida y donde de verdad estaba apenado, fue hace cerca de 3 años. Acababa yo de entrar a mi actual lugar de trabajo, tenía escasos 15 días, cuando me tocó ir con toda el área de ventas a un curso regional a Monterrey. Fui con mi jefe, un cuate de 34 años que se comportaba como si tuviera 54, completamente serio, político y... para que me engaño... muy mamón. Además había cerca de 10 gerentes de Ventas de diferentes franquicias, así como gente de corporativo. A la hora de la comida del último día nos sentamos en una gran mesa en el restaurante del Camino Real, mi jefe a la derecha, una gerente GUAPÍSIMA a mi izquierda. El platillo fuerte eran codornices en salsa de pimienta. En medio de la plática, mientras reíamos, y yo trataba de conocer mejor a la gerente a mi izquierda (por puro interés profesional... necesitaba saber la talla de su brasiere), no sé como al tratar de cortar un pedazo de la PINCHE codorniz, se me resbala la mano del cuchillo... ¡y doy UN MANOTAZO a la salsa! No mames con la escena en cámara lenta, si hubiéramos tenido la cámara Phantom grabando hubiera sido espectacular. Salsa volando en todas direcciones, a mi cara, a la cara de la gerente guapísima, a la corbata de mi jefe, ver como cambiaba la cara de mi jefe a la cara de ¨Te voy a matar lentamente". Y por mi cabeza sólo pasó la frase "Te van a correr pendejo... hasta aquí llegaste". Y recuerdo las risas, las carcajadas, un gerente que se ahogaba por que no podía parar de reír... Juro que creí que se iba a morir.  Y la salsa maldita estaba en todos lados. Neta como explosión llegó a todos los rincones. Y obvio yo estaba pasmado, chorreando salsa hasta por las orejas. Gran manera de tener una bienvenida a la empresa.

Así que ya saben, todos tenemos historias penosas así. Todos hemos querido que nos trague la tierra y desaparecer como por arte de magia. Pero lo mejor que podemos hacer siempre es sonreír, y tomarlo por el lado amable. Ahora si me disculpan, voy a llorar en posición fetal hasta quedarme dormido.

jueves, 20 de enero de 2011

"La Luna y la Noche"

Siente el frío en el rostro, la negrura de la noche cubriendote con su manto de estrellas, cada una brillando como si fueran pequeños diamantes, como si fueran reflejos del mar por la noche.  Te fijas en lo patrones que se dibujan a la distancia, en todos los caminos que llevan a ningún lado, y en todas las constelaciones que cobran vida ante tí.


Miras los destellos de las luces de las casas que están a lo lejos y que se unen a la danza de las estrellas. Te imaginas a las personas que ahí viven, como llevan sus vidas tranquilas de campo, compartiendo esta tranquilidad, viviendo este cuadro perfecto de paz. Te imaginas a los niños que ahí viven, y los juegos que deben inventar durante el día, rodeados de esta naturaleza. Piensas en las familias reunidas allí, y sonríes.


Cierras los ojos y respiras el aire frío que te llena de tranquilidad. Abres los brazos y sientes el abrazo del viento que rodea tu cuerpo. Sientes como te golpea con la suavidad de un pétalo de rosa, cómo con su mano te acaricia y te hace saber que todo va a estar bien.


El campo donde te encuentras te regala la sinfonía de su paz, con el sonido de los grillos entonando sus melodías, el viento golpeando las copas de los arboles, las hojas meciendose al compás de la vida. Todo se combina a la perfección, cada nota emitida por la noche, cada canción que entona esa maravillosa orquesta.


Miras al cielo y ves las nubes iluminadas por la luz mas bella que has visto jamás. Una luz pálida y blanca que  genera las mas intrincadas sombras en todo lo que ilumina. Y estas nubes se mueven rápido, anunciando una tormenta próxima.


Hay pequeños destellos en esas nubes que iluminan todo por un instante. Son truenos lejanos que rompen la tranquilidad de la noche, y que muestran lo que los ojos no pueden ver a la distancia en la oscuridad. Esperas un poco y escuchas el tronar lejano, que se une a la melodía que la noche te ha regalado.


Y de pronto de entre esas nubes emerge, con su majestuosidad y su blancura la Luna mas perfecta y hermosa que hayas podido ver en tu vida. Es una Luna llena que ha salido de su cobija de nubes, llenando tu mirada con esa luz pálida que quema, y que te hipnotiza con su belleza.


El viento arrastra las nubes nuevamente sobre ella, y te das cuenta que esa luz que emana las llena de vida, transformandolas en seres vivientes que recorren los negros pastizales, galopando a momentos, volando a otros, siempre guiados por las estrellas.


Y es bajo esa danza nocturna que admiras la noche. Vuelves a mirar directamente la Luna, y esta te regresa la sonrisa que le has regalado hace un instante. Tu mirada se pierde en ese momento, y el tiempo se ha unido al de esa Luna, compartiendo con todos los que la han admirado en algún momento, los versos y poemas que se han escrito en su honor.


Musa, amante, confidente y amiga. Una eternidad ha enamorado miradas, ha iluminado a lo novios en la furtiva oscuridad, y ha derramado lagrimas por nuestras tristezas. Pero hoy es tu espejo. Por hoy quien la mire detenidamente y se pierda en su blancura, verá tu sonrisa y tu mirada reflejadas en ella.


Por hoy la Luna eres tu...

viernes, 14 de enero de 2011

"La Primera"

Levanté la mirada y ella estaba frente a mí. No supe qué decir ni supe como reaccionar cuando se percató que la estaba observando. Comencé a sentir como algo se rompía dentro de mí, como si un frasco se hubiera vaciado en mi interior. No sé ni entiendo lo que pasa cuando se tienen mariposas en el estómago, pero en mi caso era más como un remolino, una maldita avestruz la que causaba un revuelo en él…

Estábamos tomados de las manos, las suyas frágiles y delicadas entre las mías. Yo jugueteaba con ellas, mientras no pensaba en otra cosa más que en besarlas. 
El lunar que tiene en el cuello me invitaba a acercarme a él, a besarlo y a morderlo. Pero estaba yo inmóvil, paralizado y sin poder hacer nada de los nervios de tenerla cerca. 

-¿Qué pasa? – dijo ella con su voz pausada y tranquila, como si nada pasara. 
-Nada… no lo sé… no sé por que no puedo hacerlo… 
-¿Hacer qué? – preguntó ella con su sonrisa que me dejaba ver su mirada juguetona, pero coqueta a la vez. 
-No sé por que no puedo besarte… 

Nuestro silencio invadió la habitación. De música de fondo se escuchaba “Iris” de los Goo Goo Dolls, pero no podía ponerle mucha atención, por que en mi cabeza sólo existían las palabras que acababa de decirle. 

Y no puedo imaginar qué era lo que pasaba por su cabeza, porque desvió la mirada a la ventana que daba al jardín y se quedó mirando a las flores que había en él. Estuvimos así un rato, sin soltarnos de las manos y con su cabeza recostada en mi hombro. Podía sentir su respiración y sus suspiros intermitentes. Podía sentirla cerca de mí. 

Y así podría haberme quedado viviendo ese instante una y otra vez, suspendidos en el tiempo, donde una sola respiración nos tomaba horas realizarla. Aspiré su perfume, llenándome de su fragancia y de su olor a mujer. No sé cuanto tiempo pasamos así. No puedo decir si fueron segundos, minutos u horas… pero ese letargo en el que caímos hizo que por un momento desaparecieran mis nervios. En el fondo se escuchaba “Angel” de Jimmy Hendrix, cuando de pronto levantó la mirada, y sin pensarlo me dijo: 
-Sabes… te quiero mucho… 
Mi cerebro se tropezó, cayó por las escaleras, se levantó y se resbaló de nuevo sólo para terminar en mi estómago. Sin pensarlo mucho, intenté besar su mejilla, pero debido a la posición rara en que nos encontrábamos besé parte de sus labios. 

Los dos cerramos los ojos, mientras sentía su respiración y sentía el calor de sus mejillas cerca de mi boca. Ella era tan blanca que al menor roce de su piel hacía que se sonrojara como una manzana al sol de la media tarde. Mi instinto fue intentar besarla de nuevo, pero al mismo tiempo ella hizo lo mismo. 

¡Fue como una explosión, como un cataclismo! Sentía que moría de la felicidad. Un fuego me quemaba por dentro, mis defensas se tambaleaban. Sonaban todas las alarmas al unísono: incendio, terremoto, robo. ¡Por fin estábamos besándonos! Yo sentía como sus manos apretaban las mías, cómo buscábamos nuestros rostros. De música de fondo sonaba “Angie” de los Rolling Stones.

Nos separamos lentamente, aun con los ojos cerrados. Al abrirlos, me encontré con su mirada, que no podía esconder lo que también estaba sintiendo. Sonreímos y no dijimos nada más. El primer paso estaba dado, las alarmas se apagaban una a una, mientras que mi pulso regresaba a la normalidad, mi respiración se tranquilizaba y mi cerebro subía por la escalera hasta su lugar, dentro de mi cabezota. Ya con la conciencia de lo que había pasado, tuve la seguridad de intentar besarla de nuevo. La miré nuevamente, y me di cuenta que era hermosa. Me acerqué a besarla lentamente… 

En el momento que mis labios rozaron los de ella, de nuevo sonó una alarma., pero esta vez era diferente a las demás. Abrí los ojos y todo era oscuridad… ¡estaba en mi recámara! Voltee la mirada al despertador de mi buró: las 5:05 de la mañana. 
-¡Por fin la he besado! En sueños… ¡Pero por fin la he besado!