jueves, 16 de septiembre de 2010

De viajes Ponchito y bautizos...

Esto que estoy a punto de contarles, es una historia completa y absolutamente verdadera. Se que podrán creer que le estoy echando demasiada crema a mis tacos, o que neta con tal de hacer una historia graciosa estoy agregando elementos que parecen sacados de un capítulo de la familia Peluche... Déjenme decirles que tengo a 4 testigos que vivieron esta experiencia conmigo, (mis padres, mi hermana y mi ex) y que si los conocen y les preguntan acerca de esto, esbozarán una sonrisa y se reirán diciéndoles que es verdad. (y mi mamá además comenzará a tener episodios de autísmo y desesperación). Además de que les recuerdo... Ni los niños ni los borrachos mienten, por lo que yo que soy un niño borracho, miento mucho menos.

Hace cerca de 9 años, mi papá tenía un negocio propio, y estaba asociado con un excompañero de la chamba. Un buen día, el buen "Analberto" (le cambié el nombre al socio para proteger su identidad) le pidió a mis padres que fueran padrinos de su chavito de 9 meses... (sí... querían que les bautizaran al chiquito). En mi casa se tiene la creencia de que si te niegas a ser padrino de alguien cuando te lo piden, te cae la sal, empieza la mala suerte en tu vida, un meteoríto te cae exactamente en las joyas de la familia, te mea un perro y te pegas en el dedo chiquito del pié con la pata de la cama. Así que mi padre aceptó de mala gana hacerse compadre del buen Analberto.

Cuando mi papá nos avisó que teníamos que ir a la misa del bautizo del chiquito y después a la fiesta en casa de Analberto, nos advirtió que teníamos que arreglarnos para tan magna ocasión, y que teníamos que usar nuestras mejores garras porque no podíamos quedar mal con su socio. Yo recuerdo que en aquel entonces no tenía la clase y elegancia que tengo en estos días de mi vida (jajaja) por lo que tuve una seria discusión con él. ¿Porque me tengo que poner el traje azul chiclamino si tengo escasos 19 años? Yo que tenía en ese entonces una identidad y un estilo de vestimenta particularmente chola. Para los que no me conocieron en esa época, ¿recuerdan el look que tenía Fred Durst, vocalista de Limp Bizkit' (pantalones Cargo Kakis, playera negra, chamarra Adidas, tennis Vans y gorra) Así me vestía. Obviamente como pueden imaginarse y luego de amplias negociaciones con mi padre, y llegando a un acuerdo mutuo de ganar ganar... me tuve que poner el pinche traje. Eso sí, nos dejó invitar a nuestras respectivas parejas a tan magno evento (a mi hermana y a mí... mi madre se hubiera visto muy mal). Mi hermana declinó la propuesta de manera política (porque su ex era extremadamente mamón), pero yo decidí llevar a mi "en ese entonces novia" (que es una niña muy nice y linda... te quiero "ahora amiga"!)

Llegó el día del evento, así que nos dispusimos a hacer un plan de llegada a la misa. Esta se llevaría acabo en una iglesia que está en un parque exactamente a la salida de la estación del metro Pino Suárez (creo que es la iglesia de San Pedro Apóstol) a las 2 de la tarde de un sábado, por lo que decidimos llegar por metro, para evitar el tráfico de fin de semana en el Centro Histórico. Para acercárnos al mismo, dejaríamos el único carro en el que iríamos en un estacionamiento público ubicado en la colonia Doctores, ya que mi abuelo vivía ahí y lo visitábamos cáda sábado. De ahí caminaríamos a la estación Centro Médico (2 cuadras), tomaríamos la línea 3, que nos llevaría hasta Balderas, trasbordaríamos a la línea 1, lo que nos llevaría directamente hasta la estación Pino Suárez y a la iglesia. (http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/25/Mexico_City_metro.svg).

Llegamos al estacionamiento sin percance alguno, caminamos las 2 cuadras que nos separaban de la estación del metro Centro Médico y, antes de entrar, guardamos relojes, cadenas, y demás cosas que pudieran llamar la atención. Mi padre compró los boletos del metro mientras yo resguardaba la seguridad de las 3 mujeres que me rodeaban. Tomamos el primer vagón que se detuvo. Recuerdo que esa estación no estaba tan llena, por lo que el espacio era sobrado. Llegamos a Balderas, hicimos el trasbordo sin problema alguno. En la línea 3 ya estaba un poco más lleno, por lo que estábamos más apretujados. Y ahí empezó la ecatombe...

Llegando a Isabela Católica, se abren las puertas y entra un MÁR de gente, empujándonos a todos hacia adentro. De verdad que no cabía un alma más. Empezamos a tratar de avanzar hacia la puerta para salir en la siguiente estación, pero era técnicamente imposible. Cuando se abrieron las puertas para salir en Pino Suárez, la gente que intentaba entrar y nosotros que intentábamos salir chocamos de frente. Intenté empujar con todas mis fuerzas, pero no pudimos movernos un centímetro. Recuerdo una señora que gritaba "se chingan... bájense en la que sigue!!!" (y no, no era nadie de mis acompañantes). Mi papá nos dijo "no hay problema, en la que sigue nos bajamos y tomamos un taxi". Grave error...

Si se han subido a la línea 3 del metro, sabrán que la estación que sigue de Pino Suárez en dirección al oriente (y si no, para eso les puse el mapa) es la Merced. Y la salida de la estación Merced dá exactamente al corazón del mercado de la Merced... así que ya se imaginarán, a tres mujeres arregladas y emperifolladas y a dos galanazos de telenovela trajeados y perjumados, saliendo a la mitad del mercado de la Merced, entre miradas de extrañeza y curiosidad. Lo único que pudimos hacer fue tratar de salir lo más rápido posible a la calle para tomar el primer taxi que encontráramos. Y en la caminata más larga de mi vida, nos chiflaron, nos mentaron la madre, nos dijeron de cosas, nos dijeron piropos que mis buenas y recatadas costumbres no me permiten repetir... (la verdad, los piropos y chiflidos eran para mí... ¿pero apoco los culpan?).

Llegamos a la calle. Caminamos para buscar un taxi lo más pronto posible, y cual es nuestra sorpresa que no hay un sólo maldito auto. Comenzamos a caminar entre la gente ya afuera del mercado, y nos damos cuenta que las calles alrededor del Zócalo estaban cerradas, porque iba a haber un concierto gratuito de Molotov. Comenzamos a caminar en dirección a Pino Suárez, cuando a mi padre se le prende el foco al ver un "Bicitaxi". Lo detuvió y nos trepó a mi hermana, a mi novia y a mí. Jamás había sentido lo que sienten las quinceañeras cuando las suben a las carrozas blancas en forma de calabaza y las arrastran por la ciudad haciendo el ridículo, hasta ese momento. Nos chiflaron, nos dijeron de cosas, gritaron piropos y guarradas. De nuevo Y yo me sentía princesa de la primavera en un pinche bicitaxi, saludando a los transeuntes que me chiflaban! (que diga... que NOS chiflaban... Si...).

Finalmente llegamos a la iglesia cinco minutos antes de que comenzara el bautizo. Y era de esos bautizos multitudinarios, donde varios niños son bautizados al mismo tiempo en una sola ceremonia. Y el chamaco que nos tocaba bautizar no llegaba. Cinco minutos, diez minutos, veinte minutos... y nosotros no quitábamos la mirada de la puerta de la iglesia esperando ver entrar a la familia de Don Analberto. Era tal la desesperación de mis padres, que incluso estaban dispuestos a bautizar el niño de una familia de la cual los que no aparecían eran los padrinos. Diez minutos antes de que acabara la ceremonia, aparece el socio de mi papá con la familia. Terminando la ceremonia, se acercaron mi papá y don Analberto con el padre, para pedirle que nos ayudara a bautizar al niño ya que habían llegado tarde. Y el padre, abnegado, entregado a la dicha y palabra de Dios, deseoso de ayudar al prójimo sin buscar beneficio alguno, accedió a bautizar al niño de manera rápida (como en 5 minutos), después que le dimos $1,000 pesos en efectivo como limosna. (Es que tenía prisa...)

Ya con el chiquito de Analberto bautizado, nos disponíamos a salir a la calle, y cuál es la sorpresa con la que nos encontramos: un diluvio del tamaño del Queque... (y miren que el Queque es muuuy pinche grande). No podíamos salir de la iglesia. Así que después de 20 minutos de esperar a que parara la lluvia, decidimos aventurarnos. Salimos caminando entre darketos, punketos, chavos banda y demás raspa que iba al concierto, y que por efectos del agua olían a perro mojado en periférico. Ya se imaginarán las caras de mis acompañantes hacia ellos, y la de ellos hacia nosotros. Estaba yo a punto de decirles a mis jefes que me quedaba al concierto... pero de traje y perjumado hubiera sido una mala decisión. Después de 3 cuadras en una lluvia persistente, encontramos en una tienda paraguas baratos. (tan baratos que luego de abrir uno, se desmadró completito).

Estábamos tratando de salir de ahí de la mejor manera posible, manteniendo el poco estilo que nos quedaba aún después de haber sido mojados, empujados, sabroseados, estafados e insultados. Y de repente, a la vuelta de una calle encontramos el paraíso... un paradero de peseras haciendo la tradicional fila para cargar pasaje. Mi papá se acercó inmediatamente al quinto pesero de la cola, y le ofreció $400 pesos para que nos llevara a la Doctores únicamente. Este al ver lana fácil, aceptó y se salió de la fila. Grave error...

Nos llovieron de cosas, mentadas de madre, nos dijeron el huevo y quien lo puso por no habernos formado como el resto de los aldeanos. Y entre esa sinfonía de insultos y lluvia de basura, nos subimos a nuestra limusina de lujo de la ruta 34 (era una combi donde me sentía rockstar, artista famoso, o político...) la cuál nos llevó directamente al estacionamiento donde estaba nuestro vehículo, que en ese momento no era mas que un refugio seguro, seco, y confortable para la pesadilla que habíamos vivido... Pero poco sabíamos de lo que aún nos esperaba...

Ya en el auto, recuerdo que mi mama dijo :"Ya estamos bien... Se acabo la pesadilla". Y yo contesté en tono burlón: "Má, recuerda que esto no se acaba hasta que la gorda canta... Así que no canten victoria...". Ya que todos estábamos en el auto, nos disponiamos a ir a la fiesta en casa de don Analberto.  Ahí mi padre nos revelo que el señor Analberto vivía en Ciudad Neza, en una casa muy grande con mucho terreno, porque ahí es donde guardaba sus camionetas de tres y media toneladas, sus camiones ligeros y sus camionetas de carga. 

Imaginen el viaje a la dichosa fiesta, cinco personas mojadas, cansadas, con el animo golpeado, y haciendo hora y media de camino a la fiesta del chamaco, donde moríamos por pasarla bien y dejar todo esto atrás. Mi mamá no dejaba de disculparse con mi novia, ya que de verdad las cosas no habían salido como lo habíamos planeado. Y mi novia con la dulzura que la caracterizaba, no hacia más que decirle a mi madre que de verdad no importaba (aunque se que por dentro, por lo menos dos mentadas de madre si nos llevamos... Eso si, con mucha dulzura...)

Total, después de hora y media de camino llegamos por fin a la casa de Don Analberto. La lluvia seguía y ya era de noche, pero eso no nos impedía ver que la casa por fuera parecía una bodega muy grande. Bajamos del carro, y llegamos a la puerta, desde donde se oía música de cumbia y guaracha sabrosona. Al momento de entrar al patio interior... El horror... 

Los choferes de los camiones del socio de mi papa estaban ahí... Bailando, gritando y ahogados de pedos. Eso si, estaban bien vestidos todos... Pero para el estadio!! Playeras del América, pants y tenis sucios, otro con pants, camisa y saco.  Una señora estaba respando el piso a todo lo que daba baile y baile cuando de pronto que se ressbala y que cae como res borracha frente a nosotros (si... Dije res borracha... Eso era).  Y en ese momento pensé que si me acercaba a mi padre a recordarle la discusión que habíamos tenido por la vestimenta que usaríamos el día de ese Magno evento, me ganaría un escupitajo en la cara, una bofetada para prostituta ( o llamada por mi bitchslap) y una patada en los huevos (llamada por mi como patada en los webbos).

Mi mamá había entrado en un estado de shock, y se había apoderado de ella el autísmo. No dejaba de preguntar a mi novia si estaba bien, y pedirle disculpas por haberla marcado psicológicamente de por vida. Después abrazaba al hijo de don Analberto de manera un poco fuerte y creepy, mientras lo mecía obsesivamente sin quitarle los ojos de encima, solo repitiendo "que bonito niño, todo va a estar bien, que bonito niño, estamos bien"...  Llego la hora de la cena, y nos encontramos con que eran tacos de canasta de uno de los mejores lugares que yo conozco: Tacos Joven... Así que una ligera llama de esperanza brillo en mi interior, creyendo que no todo estaría perdido... Y cual es nuestra sorpresa, que los chingados tacos estaban mas fríos y tiesos que una pinche paleta helada. De verdad que no sabíamos que habíamos llevado a nuestra fiesta también al culero de Murphy.

Salimos de ahí lo antes posible, con el miedo inminente de que en cualquier momento una manada de perros llegára a mearnos, seguidos por un grupo de elefantes a cagarnos encima. Subimos al carro en silencio, y casi nadie dijo nada todo el regreso. Estábamos tratando de dejar a un lado lo que sentíamos, y esperábamos con todas nuestras fuerzas el no tener daños mentales irreversibles. Mi mamá seguía abrazando una chamarra mientras le cantaba el "A la rorro niño"... Mientras,  los demás simplemente guardábamos silencio.  

Y fue en ese momento que me di cuenta que estaba en uno de los mejores viajes en los que jamas me hubiera imaginado estar. Había tenido de todo: acción, drama, comedia, suspenso y escenas sensuales ( si, yo trepado en un bicitaxi es sensual). Y que ni siquiera habiendo planeado un día así, nos hubiera salido tan mal como ese día. A partir de ese momento, ese viaje fue conocido en mi casa y con mis conocidos como "El día del viaje Ponchito"...

Que paso después de eso? Pues mi novia dejo de ser mi novia, mi papá al poco tiempo dejo de ser socio de don Analberto, quien perdió casi todo lo que tenía, se divorció y se volvió loco. En casa todos nos recuperamos de ese día, y auqnue jamás volvimos a ver al ahijado, lo recordamos siempre por el día de su bautizo.

Y ya me tengo que ir, que mi mamá ya está arrullando de nuevo su almohada y se la tengo que quitar antes que le quiera dar Gerber otra vez...

miércoles, 1 de septiembre de 2010

"Madrugando"

Despierto más temprano que de costumbre, las 4:47 a.m. Tengo comezón en la espalda, por que algún mosco mal viviente se dio un festín nocturno debido al calor que tuve por la noche. Prendo la televisión simplemente para escuchar algo de ruido. A las 4:47 de la mañana no hay nada de interés que pueda hacer que salga de mi letargo. Me levanto y hago los menesteres comunes y corrientes que no tiene caso que explique. 

A las 5:42 a.m. estoy arrancando el auto. A esa hora, uno creería que la gente sigue plácidamente dormida en su cama, pero la realidad es que en una ciudad tan grande y vasta como la nuestra, la vida no se detiene en ningún momento. Ya hay algo de tráfico en las avenidas, y ya escuchas las primeras mentadas de madre por que la gente tiene prisa de llegar. ¿A dónde puedes tener prisa de llegar antes de las 6 de la mañana?

Avanzo determinadamente sobre el carril de alta de periférico, pero un velo de pesadez cubre mi mente. Abro la ventanilla para que el aire frío (si es que eso existe en estos malditos días calurosos) me despierte. Me acomodo en el asiento. Subo el volumen de la radio. Tal vez un poco de noticias me despierten. Son las 6:02 a.m.

No recuerdo que era lo que escuchaba en las noticias, pero recuerdo claramente ver mis ojos cerrarse por un instante, recobrando de nuevo la conciencia de que iba en un armatoste metálico de más de una tonelada a 100 kilómetros por hora. Prendo el aire acondicionado, y parpadeo varias veces, abriendo los ojos de más.
Cómo si eso fuera a despertarme...

Lo siguiente que recuerdo, es un ruido muy fuerte, metal que cruje, vidrios que se estrellan. Dicen que la vida de uno pasa frente a sus ojos cuando se está a punto de morir, pero en este caso, en lo único en lo que pude poner atención era en como ocurría todo. Veo como vuelan miles de cristales frente a mí, como gotas de agua esparcidas por un rociador. Todo da vueltas tan despacio que parece que estoy viendo una repetición instantánea. Siento como me sacudo de un lado a otro, pero el cinturón de seguridad se me encaja en el pecho. La bolsa de aire estalla y me golpea en el rostro. Siento mucho dolor en la cara y el cuello. Veo el pavimento acercarse por mi ventanilla. Escucho el rechinido de las llantas, y los golpes de la carrocería mientras el auto vuelca y gira muchas veces. Un calor me recorre la espalda mientras cierro los ojos y aprieto las manos al volante. Y de pronto, todo termina tan rápido como comenzó.

Me encuentro acostado boca arriba, con los ojos cerrados y los puños apretados. Abro los ojos lentamente, esperando lo peor, pero veo que estoy en una habitación iluminada a media luz, siento mucha comezón en la espalada. Trato de levantarme y lo logro sin problemas. Doy un vistazo a mi alrededor y me percato que estoy en mi cuarto. Tomo el reloj del buró. Son las 4:47 de la mañana.
-Mierda, creo que hoy no quiero ir a trabajar...