miércoles, 24 de noviembre de 2010

"Palabras hermosas"

Sostengo una moneda, que con un resplandor carmesí se apaga lentamente entre mis manos, mientras granos de arena pintados de Sol caen desde mis dedos. La chispa aún encendida, deja de iluminar poco a poco mi recámara, mientras miro por la ventana.

Abrazo la oscuridad de la noche contra mi pecho, con la fuerza de un niño apretando la mano de su madre en una noche de tormenta. Sostengo, aún en mi mano, un pedazo de Sol apagado y marchito.

Cada esbozo de negrura que la noche pintada de azul me regala en el rostro, no hace más que recordarme el silencio encerrado en las palabras hermosas que ya no te diré jamás. ¿Dónde te encuentras? ¿Qué palabras no me dirás nunca más?

Las nubes pasajeras cargadas de lluvia, enmarcadas en el cielo, se esfuman en la distancia y se transforman a cada instante. Una sombra viaja entre las copas de los árboles, apagando a cada segundo sus hojas encendidas de blanco.

Mientras, un rayo luminoso se cuela entre las montañas, y amanece entre las nubes el amarillo y el naranja del día. El resplandor de las gotas de oro llenan el cielo, mientras en los cerros, la vida nace de una chispa apagada.

Abro la mano para dejar caer las cenizas del Sol, aun apretadas contra mi pecho. El viento se las lleva a la distancia, lejos, donde nadie puede tocarme. No hay entre mis dedos una pizca de nada, sólo frases vacías que se le dicen a nadie.

La luz, con los ojos cerrados, con manos tibias en mi rostro limpia las sombras de mi alma. Su calor me baña mientras abrazo al amanecer. Con una sonrisa infantil, se acerca y me toma de la mano, susurrándome al oído mientras levanto la mirada, frases vacías, y palabras hermosas…

lunes, 15 de noviembre de 2010

TInta de Isman Bossa "Desiertos"

Sus manos recorrían su cintura. Podía sentir las curvas que tanto había soñado tener cerca. Su piel era tan blanca que asemejaba dunas de arena finísima que cambian de forma cuando el viento las acaricia con su fuerza y sutileza.

Mientras recorría esos caminos con la yema de los dedos, provocaba escalofríos en la mujer, haciendo que arqueara la espalda y echara la cabeza atrás en una explosión de placer. Y ella no necesitaba más. Con el simple roce de sus manos podía provocar una cascada de sensaciones que no había sentido ella antes.

Sus senos firmes se endurecían aun más con el simple hecho de sentir el calor de su aliento cerca, de sentir el roce de los dedos alrededor de sus pezones.

Él podía hacerle el amor con la mirada. Con sólo verla desnuda en su cama, con su cabello castaño suelto y despeinado, con los movimientos calculados al recostarse boca arriba, podía hacerle explotar de deseo. No era necesario tocarla, porque la conexión que sentían era tan grande que las caricias estaban de más.

El silencio de los abrazos y los gritos de las miradas llenaban el cuarto cada que se encontraban ahí. Esas horas que pasaban juntos explorándose podían repetirse noche tras noche, dejando a un lado el mundo exterior, las preocupaciones, las penas… Cada noche se hacían el amor con la mirada, y cada noche él recorría esos desiertos con la yema de sus dedos…

Isman Bossa