Sus manos recorrían su cintura. Podía sentir las curvas que tanto había soñado tener cerca. Su piel era tan blanca que asemejaba dunas de arena finísima que cambian de forma cuando el viento las acaricia con su fuerza y sutileza.
Mientras recorría esos caminos con la yema de los dedos, provocaba escalofríos en la mujer, haciendo que arqueara la espalda y echara la cabeza atrás en una explosión de placer. Y ella no necesitaba más. Con el simple roce de sus manos podía provocar una cascada de sensaciones que no había sentido ella antes.
Sus senos firmes se endurecían aun más con el simple hecho de sentir el calor de su aliento cerca, de sentir el roce de los dedos alrededor de sus pezones.
Él podía hacerle el amor con la mirada. Con sólo verla desnuda en su cama, con su cabello castaño suelto y despeinado, con los movimientos calculados al recostarse boca arriba, podía hacerle explotar de deseo. No era necesario tocarla, porque la conexión que sentían era tan grande que las caricias estaban de más.
El silencio de los abrazos y los gritos de las miradas llenaban el cuarto cada que se encontraban ahí. Esas horas que pasaban juntos explorándose podían repetirse noche tras noche, dejando a un lado el mundo exterior, las preocupaciones, las penas… Cada noche se hacían el amor con la mirada, y cada noche él recorría esos desiertos con la yema de sus dedos…
Mientras recorría esos caminos con la yema de los dedos, provocaba escalofríos en la mujer, haciendo que arqueara la espalda y echara la cabeza atrás en una explosión de placer. Y ella no necesitaba más. Con el simple roce de sus manos podía provocar una cascada de sensaciones que no había sentido ella antes.
Sus senos firmes se endurecían aun más con el simple hecho de sentir el calor de su aliento cerca, de sentir el roce de los dedos alrededor de sus pezones.
Él podía hacerle el amor con la mirada. Con sólo verla desnuda en su cama, con su cabello castaño suelto y despeinado, con los movimientos calculados al recostarse boca arriba, podía hacerle explotar de deseo. No era necesario tocarla, porque la conexión que sentían era tan grande que las caricias estaban de más.
El silencio de los abrazos y los gritos de las miradas llenaban el cuarto cada que se encontraban ahí. Esas horas que pasaban juntos explorándose podían repetirse noche tras noche, dejando a un lado el mundo exterior, las preocupaciones, las penas… Cada noche se hacían el amor con la mirada, y cada noche él recorría esos desiertos con la yema de sus dedos…
Isman Bossa
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