miércoles, 16 de abril de 2014

"El Taxi"


Había sido una tarde bastante productiva para el joven. Después de haber estado cerca de 5 horas en la calle había obtenido un gran botín de todas sus víctimas. Seis carteras (de las cuales logró sacar más de tres mil pesos en efectivo,) tres relojes (uno de los cuales se puso inmediatamente porque le había gustado mucho, al fin después lo vendería bastante caro), dos pulseras (una de oro y una de plata), un par de celulares, y tres cadenitas de oro.

Toda la tarde, haciendo uso de su gran habilidad, había asaltando a transeúntes y trabajadores de oficinas, que en un viernes de quincena, regresaban en transporte público a sus casas. Sabía que muchas personas traían dinero para empezar el fin de semana. Algunas de las carteras las había robado de las bolsas traseras de los pantalones de algunos incautos que, ensimismados en sus propios pensamientos, jamás se percataron que habían sido asaltados. Para lograr pasar desapercibido, el joven vestía traje negro, camisa blanca, corbata roja y cargaba una mochila, donde guardaba todo lo robado.

Él sabía el secreto: para obtener la mayor cantidad de ganancias de lo que robara, debía dejar de lado la suerte y escoger mejor a sus siguientes víctimas. Armado con una pistola cargada con 6 balas (sinceramente esperaba no tener que dispararla, sólo quería usarla como herramienta para amedrentar a sus víctimas), esperó a que las sombras de la noche lo ocultarán en lo más profundo de las calles de la Ciudad de México.

Así, tomando por sorpresa a sus víctimas mientras caminaban por una parte oscura de una calle solitaria, los enfrentaba, amagándolos con la pistola, y quitándoles todas sus pertenencias mientras les gritaba todas las groserías que sabía, ya que mientras más desesperado, más amenazante y más agresivo lo hiciera, eran mayores las posibilidades de que la pobre gente se espantara, y le entregara sus pertenencias sin chistar. “¡Ahora si ya valiste verga puto!”, “¡Haz lo que te digo cabrón si no quieres que te meta una bala en la cabeza!” eran frases que utilizaba normalmente.

Eran ya las 2 de la mañana del sábado, por lo que se dispuso a regresar a su casa después de un arduo día de “trabajo”. Caminó a la avenida más cercana y paró un taxi levantando la mano izquierda. Un Vocho se detuvo frente a él. -¿Para dónde va joven?- le preguntó un viejo de voz afable. -Voy aquí para Neza.- respondió el joven. Después que el viejo afirmó con la cabeza, el joven se subió al taxi y comenzó a estudiarlo. Vestía camisa blanca remangada. Tenía la pinta de haber tenido una jornada larga. Traía pantalones negros, además de un par de zapatos gastados. Después, desvió la mirada hacia la caja de dinero que tenía frente a él. Había muchísimas monedas, lo que le indicaba que seguramente había mucho efectivo escondido en algún lugar . En ese momento, se decidió a que lo metería por una calle solitaria que hay cerca de su colonia, donde podría amagarlo y aumentar el botín de la noche.

-Y cuénteme jefe, ¿desde qué hora anda ruleteando?- le preguntó únicamente para saber sí su observación había sido acertada. -Desde las 9 de la mañana joven. Como el taxi es mío y tengo a dos chavitas en la secundaria, tengo que chambear mucho más. Un taxi parado, es dinero parado, diría mi señora- le contestó el viejo con una sonrisa, mientras lo miraba por el retrovisor.

Esta sería una presa fácil. Casado, con hijos, taxi propio... No opondría gran resistencia ni haría una pendejada para arriesgar su vida. El taxi siguió su camino en una ciudad ahora solitaria, sus calles brillando con un fulgor naranja, con el viento helado entrando por una rendija de la ventana. Comenzaba a sentir ese golpe de adrenalina que le recorría el cuerpo cuando sabía que estaba a punto de entrar en acción. Metió la mano en el bolsillo de su saco, y sintió el mango frío de la pistola entre sus dedos.

-Dé vuelta a la derecha en la siguiente calle por favor- indicó al viejo del taxi. Era una calle en una zona industrial de la ciudad, donde la mala iluminación de la calle, y la falta de autos y personas a esa hora de la noche creaban el escenario perfecto para poder escapar. -Claro joven, usted me indica dónde- contestó el viejo.

El taxi dio vuelta, y avanzó cerca de media cuadra. Cuando sintió que se frenaba por un tope que ahí había, el joven volteó hacia atrás para cerciorarse que no hubiera ningún auto que pudiera presenciar el robo. No había una sola luz cercana. Sacó la pistola y la apuntó al viejo mientras regresaba la mirada. Gritó, aún mirando hacia atrás -¡Ahora sí hijo de la chingada ya valiste verga!- pero esta vez algo sonó diferente. Su voz se mezcló con otra que no era la suya, y gritó exactamente las mismas palabras, exactamente al mismo tiempo -¡Ahora sí hijo de la chingada ya valiste verga! ... Justo cuándo su mirada regresó al frente, se encontró con el cañón de una pistola apuntándole a la cara, mientras el viejo afable y amistoso que lo había levantado minutos atrás, ahora lo miraba con ojos amenazantes mezclados con desconcierto y espanto, ya que sufrió la misma sorpresa que el joven...

-¿Qué?- gritaron los dos al mismo tiempo de nuevo. Si hubieran ensayado esta escena durante semanas, su sincronía no hubiera sido así de buena. -¡No estoy jugando cabrón! ¡Esto es un pinche asalto!- gritó con la voz entrecortada el joven. -¡Dame todo el efectivo o te vuelo la cabeza!- gritó mientras le temblaba un poco la mano. -¡Yo tampoco estoy jugando pendejo! ¡Dame la mochila y el reloj o te voy a hacer una nueva boca pinche puto!- El viejo gritó mientras volteaba un poco la cabeza, ya que sentía el cañón de la pistola del joven en su rostro. – ¡Yo te asalté primero!- dijo el viejo. –Ni madres güey, yo te apunté primero cabrón…-

Pasaron en silencio cerca de diez segundos, pero tanto en la mente del viejo como en la del joven, cada segundo parecía eterno. Ambas pistolas apuntadas, gotas de sudor comenzaron a rodar en ambas frentes. -¡Baja la pistola cabrón, juro que te va a cargar la verga si no lo haces!- gritó el joven. -¡Ni madres! ¡Bájala tú! ¡No serías el primer cabrón al que me cargo!- respondió el viejo. De nuevo, el silencio y la tensión llenaron el taxi. Ambos entrecerraban los ojos, porque claramente les molestaba el tener el cañón de una pistola apuntado a la cara.

-Piensa en tus hijas cabrón… ¿quieres salir mañana en el Metro? ¿Por unos cuantos pinches pesos?- El joven trataba de razonar con el viejo para que cediera. – ¿Cuáles hijas pendejo? ¡No tengo hijas! Eso lo digo para que pendejos como tú se confíen- Respondió el viejo, mientras se notaba que la adrenalina bajaba. –Por lo que veo, tú tampoco debes trabajar en ninguna pinche oficina… ¿O me equivoco?- Preguntó el viejo, mientras veía el traje negro del joven. –Pues no ¡Claramente no cabrón!- respondió el joven con un poco de desesperación. – Ya cabrón, baja la pistola… soy tu cliente y… ¡y me tienes que dar la razón!- No sabía por qué había dicho eso, pero ya no pensaba claro. -¿Qué? No mames… en ese caso tú estás en mi taxi… así que tú baja la pistola y dame la mochila…- dijo el viejo con un poco de duda. –Pues no voy a bajar la pistola.- dijo - ¡Pues yo tampoco!- y se hizo el silencio de nuevo. Las mentes de los dos, del joven y del viejo, comenzaban a llenarse de miedo. Habían visto sus caras, y al parecer había sólo una salida posible a esta trágica e irónica situación…

- Vamos a hacer algo… te propongo que los dos, a la cuenta de tres, bajemos las pistolas, yo me salgo del taxi y tú te puedes ir a la chingada si quieres… cada quien su golpe- La propuesta del joven ofrecía una salida para los dos. - ¿Y cómo sé que no me vas a chingar cuando baje la pistola? Ni madres… bájate del taxi, pero no voy a bajar la pistola- dijo el viejo, que ya no confiaba nada, pero quería también que ya se acabara esa situación. –Está bien está bien… voy a bajarme, ¡pero no quiero chingaderas eh!- Dijo el joven, mientras sentía que la boca se le secaba de los nervios. Si iba a salir de esa situación, tendría que ser muy cauteloso.

El joven volteó los ojos hacia la manija de la puerta, y estiró la mano para bajarse. La abrió lentamente sin dejar de apuntar al viejo, sacó un pie a la calle, y cuando estaba a punto de salir, escuchó una nueva voz que gritó -¡Ahora sí hijos de la chingada ya valieron verga!- un tipo ni tan viejo ni tan joven, vestido todo de negro salió de entre las sombras, apuntando la pistola al viejo del taxi. El joven, instintivamente apuntó su pistola al nuevo tipo ni tan viejo ni tan joven, mientras el viejo seguía apuntando su pistola al joven. El nuevo tipo abrió los ojos con espanto cuando se dio cuenta de lo que pasaba. Se quedaron en silencio unos segundos, y después, a tres voces perfectamente sincronizadas y en forma de suspiro, todos dijeron al unísono –Puta madre, no puede ser…- sin dejar de apuntar sus pistolas.

jueves, 27 de febrero de 2014

"Cuestión de tiempo"

Despertó en medio de un estremecimiento, con el baño de un balde de agua helada en la cabeza. Sabía que tenía hielos, porque sintió incluso pequeños golpes en la cara. No sabía cuanto tiempo había pasado desde que lo amarraron a esa silla, pero sabía que no faltaba mucho tiempo para por fin ser libre. 

Intentó abrir los ojos. Se sentía cegado por una luz que le apuntaba al rostro. Sintió dolor en todas sus extremidades. De sus muñecas corrían hilos de sangre diluidos en agua, porque los cinchos con los que lo amarraron estaban demasiado apretados. Ya había perdido casi toda la sensación en sus pies, sólo quedaba un agudo dolor que incesantemente le clavaba agujas en la piel.

Estaba desnudo, y sentía como tiritaba completamente de pies a cabeza. Sentía ahora un dolor inmenso en la cabeza, debido a los golpes que había recibido durante horas, sino es que días. Había sido golpeado con la cacha de una pistola, y sentía como su ojo derecho estaba ciego. Un último golpe en la nuca hizo que que perdiera el conocimiento la última vez.

El interrogatorio había sido más que eso. Había sido una tortura. Tenía varios dedos de las manos rotos, porque los habían martillado uno a uno, tratando de quebrar su voluntad. La realidad es que estaba tan preparado mentalmente para cualquier tipo de dolor, que lo único que habían alcanzado a romper eran su falanges.

Un tipo se acercó de nuevo a él. Traía en una mano un bisturí, y en la otra unas pinzas de presión. No hablaría. No caería en su juego, por más  dolor que le infligieran. Sabía que era cuestión de tiempo para ser libre. Pronto todo terminaría. Sabía que su fe era inquebrantable. Todo lo llevaría a ese momento de libertad.

El tipo tomó el bisturí, y lo insertó lentamente en su pierna izquierda. Escuchó cómo  cortaba el tejido poco a poco, mientras el dolor casi lo hizo desmayarse. Se nubló la vista del único ojo que tenía abierto. Trató de reprimir un grito de  dolor con todas sus fuerzas, y lo único que logró escucharse de su boca fue un ligero gruñido.

El bisturí quedó clavado en su pierna, mientras, con las pinzas de presión, atrapó su nariz. Fue tan grande el dolor que sintió, mientras apretaban y torcían su ya rota nariz, que a punto estuvo de gritar y pedir clemencia por su vida... Pero se contuvo. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Lo único en lo que podía pensar era en su familia, y que pronto sería libre.

Comenzó a calcular el tiempo, y se imaginó que faltaría sólo un poco más. Tendría que aguantar un poco antes de que fuera salvado. El tipo ya había salido del cuarto, y alcanzaba a escuchar gritos tras la puerta. Parecían estar desesperados. Pero él no hablaría. No caería en su juego.

Se abrió la puerta de golpe, dejando entrar luz del exterior. Era de día. Dos siluetas entraron apresuradamente. Esta vez, traían cada uno una pistola. Sin preguntar nada, uno de ellos le disparó en la rodilla derecha. No pudo contener el grito de dolor que eso le causó. Sintió como sí su pierna hubiera estallado en mil pedazos. -¿Vas a hablar ahora?- gritó después de haberle disparado. -¡Habla pedazo de mierda! ¡Habla o juro que te meteré una bala en el cráneo!- gritó mientras encasquillaba su pistola. La apuntó con un golpe seco en la sien.

-¡No sé de qué me están hablando! Les juro por la vida de mis hijos que no sé de qué están hablando...- alcanzó a decir entre lágrimas. El pensar en sus hijos le causaba más dolor del que estos tipos pudieran provocarle. Pero sabía que pronto sería libre.

-No va a hablar... ¡Estamos jodidos! ¡Jodidos! - se escuchaba la desesperación en su voz. El tipo que había disparado comenzó a caminar de un lado a otro, mientras jalaba sus cabellos.  El otro tipo que había entrado con él,  había ya dejado caer su pistola, mientras se ponía en cuclillas recargado contra la pared.

No había caído en su juego. No había sucumbido a los golpes, a los maltratos, a los choques eléctricos, a la herida de bala, a la privación del sueño, al hambre, a la sed, a las fracturas, y a la pérdida de sangre.  Sabía que mantenerse firme, y no inculparse lo ayudaría.  Sabía que pronto sería rescatado. Era cuestión de tiempo. Volteó su mirada a la derecha. Las cosas que le habían quitado cuando lo secuestraron, su ropa, su celular,  su reloj, todo estaba en una bolsa, en la esquina del cuarto donde lo mantenían.  Ojalá pudiera llegar a ellas.

El tipo que le había disparado en la rodilla, se acercó de nuevo a él. - Por el amor de Dios, tienes que decirnos. Aún hay tiempo...- Los papeles se habían volteado. Ahora ellos rogaban. Ahora ellos, con lágrimas en los ojos imploraban clemencia. El silencio que recibieron por respuesta los inquietó más. Siempre escucharon las mismas respuestas, no sé de que hablan, tienen a la persona equivocada, tengo familia, juro que no sé nada. Pero ahora ese silencio, esa falta de respuesta... Les respondía de la peor manera posible.

-Tenemos que avisar... ¡Tenemos que salir de aquí! Aún no han evacuado la ciudad completamente. ¡Avisa a todos que debemos irnos ya! ¡Aún hay tiempo!- sus gritos y desesperación llenaron el cuarto entero. Tomaron sus pistolas, mientras corrían a la puerta. -¡Este es el agente especial Jones del FBI, tienen que evacuar la ciudad inmediatamente! No sabemos la ubicación de la bomba, repito, no sabemos la ubicación de la bomba. Evacuen la ciudad ahora!- gritaba por el radio.

-Ya no hay tiempo... No hay nada que puedan hacer... -  dijo mientras cerraba el único ojo por el que podía ver. De la esquina del cuarto, se escuchó la alarma de su reloj. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Una explosión lejana hizo estremecer las paredes. Todo comenzó a temblar con un rugido cada vez más fuerte y ensordecedor. Pensó en sus hijos, y que ya estaría con ellos. Por fin había sido rescatado. -Los amo...- alcanzó a decir por última vez antes de que la onda expansiva lo alcanzara y arrasara con todo. Por fin era libre...