Despierto más temprano que de costumbre, las 4:47 a.m. Tengo comezón en la espalda, por que algún mosco mal viviente se dio un festín nocturno debido al calor que tuve por la noche. Prendo la televisión simplemente para escuchar algo de ruido. A las 4:47 de la mañana no hay nada de interés que pueda hacer que salga de mi letargo. Me levanto y hago los menesteres comunes y corrientes que no tiene caso que explique.
A las 5:42 a.m. estoy arrancando el auto. A esa hora, uno creería que la gente sigue plácidamente dormida en su cama, pero la realidad es que en una ciudad tan grande y vasta como la nuestra, la vida no se detiene en ningún momento. Ya hay algo de tráfico en las avenidas, y ya escuchas las primeras mentadas de madre por que la gente tiene prisa de llegar. ¿A dónde puedes tener prisa de llegar antes de las 6 de la mañana?
Avanzo determinadamente sobre el carril de alta de periférico, pero un velo de pesadez cubre mi mente. Abro la ventanilla para que el aire frío (si es que eso existe en estos malditos días calurosos) me despierte. Me acomodo en el asiento. Subo el volumen de la radio. Tal vez un poco de noticias me despierten. Son las 6:02 a.m.
No recuerdo que era lo que escuchaba en las noticias, pero recuerdo claramente ver mis ojos cerrarse por un instante, recobrando de nuevo la conciencia de que iba en un armatoste metálico de más de una tonelada a 100 kilómetros por hora. Prendo el aire acondicionado, y parpadeo varias veces, abriendo los ojos de más.
Cómo si eso fuera a despertarme...
Cómo si eso fuera a despertarme...
Lo siguiente que recuerdo, es un ruido muy fuerte, metal que cruje, vidrios que se estrellan. Dicen que la vida de uno pasa frente a sus ojos cuando se está a punto de morir, pero en este caso, en lo único en lo que pude poner atención era en como ocurría todo. Veo como vuelan miles de cristales frente a mí, como gotas de agua esparcidas por un rociador. Todo da vueltas tan despacio que parece que estoy viendo una repetición instantánea. Siento como me sacudo de un lado a otro, pero el cinturón de seguridad se me encaja en el pecho. La bolsa de aire estalla y me golpea en el rostro. Siento mucho dolor en la cara y el cuello. Veo el pavimento acercarse por mi ventanilla. Escucho el rechinido de las llantas, y los golpes de la carrocería mientras el auto vuelca y gira muchas veces. Un calor me recorre la espalda mientras cierro los ojos y aprieto las manos al volante. Y de pronto, todo termina tan rápido como comenzó.
Me encuentro acostado boca arriba, con los ojos cerrados y los puños apretados. Abro los ojos lentamente, esperando lo peor, pero veo que estoy en una habitación iluminada a media luz, siento mucha comezón en la espalada. Trato de levantarme y lo logro sin problemas. Doy un vistazo a mi alrededor y me percato que estoy en mi cuarto. Tomo el reloj del buró. Son las 4:47 de la mañana.
-Mierda, creo que hoy no quiero ir a trabajar...
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