viernes, 14 de enero de 2011

"La Primera"

Levanté la mirada y ella estaba frente a mí. No supe qué decir ni supe como reaccionar cuando se percató que la estaba observando. Comencé a sentir como algo se rompía dentro de mí, como si un frasco se hubiera vaciado en mi interior. No sé ni entiendo lo que pasa cuando se tienen mariposas en el estómago, pero en mi caso era más como un remolino, una maldita avestruz la que causaba un revuelo en él…

Estábamos tomados de las manos, las suyas frágiles y delicadas entre las mías. Yo jugueteaba con ellas, mientras no pensaba en otra cosa más que en besarlas. 
El lunar que tiene en el cuello me invitaba a acercarme a él, a besarlo y a morderlo. Pero estaba yo inmóvil, paralizado y sin poder hacer nada de los nervios de tenerla cerca. 

-¿Qué pasa? – dijo ella con su voz pausada y tranquila, como si nada pasara. 
-Nada… no lo sé… no sé por que no puedo hacerlo… 
-¿Hacer qué? – preguntó ella con su sonrisa que me dejaba ver su mirada juguetona, pero coqueta a la vez. 
-No sé por que no puedo besarte… 

Nuestro silencio invadió la habitación. De música de fondo se escuchaba “Iris” de los Goo Goo Dolls, pero no podía ponerle mucha atención, por que en mi cabeza sólo existían las palabras que acababa de decirle. 

Y no puedo imaginar qué era lo que pasaba por su cabeza, porque desvió la mirada a la ventana que daba al jardín y se quedó mirando a las flores que había en él. Estuvimos así un rato, sin soltarnos de las manos y con su cabeza recostada en mi hombro. Podía sentir su respiración y sus suspiros intermitentes. Podía sentirla cerca de mí. 

Y así podría haberme quedado viviendo ese instante una y otra vez, suspendidos en el tiempo, donde una sola respiración nos tomaba horas realizarla. Aspiré su perfume, llenándome de su fragancia y de su olor a mujer. No sé cuanto tiempo pasamos así. No puedo decir si fueron segundos, minutos u horas… pero ese letargo en el que caímos hizo que por un momento desaparecieran mis nervios. En el fondo se escuchaba “Angel” de Jimmy Hendrix, cuando de pronto levantó la mirada, y sin pensarlo me dijo: 
-Sabes… te quiero mucho… 
Mi cerebro se tropezó, cayó por las escaleras, se levantó y se resbaló de nuevo sólo para terminar en mi estómago. Sin pensarlo mucho, intenté besar su mejilla, pero debido a la posición rara en que nos encontrábamos besé parte de sus labios. 

Los dos cerramos los ojos, mientras sentía su respiración y sentía el calor de sus mejillas cerca de mi boca. Ella era tan blanca que al menor roce de su piel hacía que se sonrojara como una manzana al sol de la media tarde. Mi instinto fue intentar besarla de nuevo, pero al mismo tiempo ella hizo lo mismo. 

¡Fue como una explosión, como un cataclismo! Sentía que moría de la felicidad. Un fuego me quemaba por dentro, mis defensas se tambaleaban. Sonaban todas las alarmas al unísono: incendio, terremoto, robo. ¡Por fin estábamos besándonos! Yo sentía como sus manos apretaban las mías, cómo buscábamos nuestros rostros. De música de fondo sonaba “Angie” de los Rolling Stones.

Nos separamos lentamente, aun con los ojos cerrados. Al abrirlos, me encontré con su mirada, que no podía esconder lo que también estaba sintiendo. Sonreímos y no dijimos nada más. El primer paso estaba dado, las alarmas se apagaban una a una, mientras que mi pulso regresaba a la normalidad, mi respiración se tranquilizaba y mi cerebro subía por la escalera hasta su lugar, dentro de mi cabezota. Ya con la conciencia de lo que había pasado, tuve la seguridad de intentar besarla de nuevo. La miré nuevamente, y me di cuenta que era hermosa. Me acerqué a besarla lentamente… 

En el momento que mis labios rozaron los de ella, de nuevo sonó una alarma., pero esta vez era diferente a las demás. Abrí los ojos y todo era oscuridad… ¡estaba en mi recámara! Voltee la mirada al despertador de mi buró: las 5:05 de la mañana. 
-¡Por fin la he besado! En sueños… ¡Pero por fin la he besado!

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