martes, 10 de agosto de 2010

"Día de verano"


La lluvia caía en la ciudad cuando él caminaba por esa calle. Sentía como cada gota lo golpeaba, como cada pequeña explosión en su rostro lo refrescaba y lo llenaba de vida. Había vagado tanto tiempo por esas calles sin rumbo que conocía a la perfección cada grieta en el pavimento, cada imperfección en el piso, y cada marca en las paredes.Desde hacía años que había tomado esa costumbre de vagar mientras pensaba en lo que le había pasado en el día. Y no importaba la lluvia porque incluso la esperaba con ansia. Le gustaba salir a caminar mientras llovía, porque para él era una purificación, una manera de estar en contacto de nuevo con esa naturaleza a la que pocas personas le ponen la atención que merece.

Siempre le extrañó ver como las personas corrían de la lluvia y se refugiaban bajo algún techo a esperar a que pasara... casi como si esa lluvia fuera intocable, como si el simple hecho de mojarse fuera algo inconcebible.Y él era raro para el resto de las personas, ya que ver a un tipo caminar bajo la lluvia como si lo hiciera bajo el sol de verano en un jardín lleno de flores era una locura... "De seguro está loco y se ha escapado de alguna institución mental el pobre", decían los que no le conocían. Y creo que si hubieran podido leer la mente de nuestro personaje, se habrían dado cuenta que en efecto estaba loco, igual que el resto de las personas en este mundo. Su mente viajaba y divagaba a lugares insospechados en cada caminata, casi como si su alma estuviera en otro lugar, y su cuerpo solo fuera un pedazo de carne y huesos vagando con la mirada perdida en otro universo paralelo del cual el resto de la humanidad no tuviera conciencia.

Cada paseo que habia tenido era muy parecido entre sí. Se detenia un momento a admirar detenidamente las copas de los arboles, siempre en busca de algún nido, o simplemente a ver el movimiento de las ramas en las tardes llenas de viento o tormenta. Pero ese día iba a ser diferente a los demás, y no solo por la obviedad de que ningún día es igual a otro, sino porque ese día en especial, nuestro personaje conocería al amor de su vida.

La lluvia había caído durante media hora, y las calles por las que caminaba estaban vacías, llenas de charcos que atravesaba como si no existieran. Su mente en ese momento divagaba con una canción en específico, un jazz que había escuchado por primera vez por la mañana, y que en pocas horas se había vuelto su obsesión. No entendía por que no podía sacarse de la cabeza esos compases, esa trompeta realizando un viaje de escaladas melódicas, acompañado por un bajo que le caló hasta la medula, y que de extraña manera lo llenaba de una paz que no había sentido antes. Se preguntó varias veces como había podido pasar casi treinta años de su vida sin haber escuchado al maestro Miles Davis tocando su opera prima.

Levantó la mirada para ver si el cielo le entregaba una respuesta a sus preguntas sin respuesta, implorando que se abrieran las nubes en medio de una demostración de efectos especiales (cantos de angelicales, luz cayendo en forma de reflector sobre su rostro, y la voz imponente de Dios dándole razones que a ningún otro ser humano daría jamás). Pero como se podrán imaginar, eso nunca pasó (creyó escuchar los cantos de los ángeles, pero era solo una ambulancia pasando a lo lejos). Lo que en cambio si encontró su mirada fue una silueta a lo lejos caminando como si estuviera haciéndolo bajo el sol de verano en un jardín lleno de flores. Era la mujer más hermosa que había visto jamás, (Y debo confesarles queridos amigos, que no era una modelo esta mujer, no era la más alta, ni era un rostro digno de ser recreado en mármol por algún escultor grecorromano, pero debo recordarles que era ella el amor de su vida, y él debió de haberla reconocido de cierta manera diferente, que no puedo explicarles aquí).

Su mente quedó en blanco, incluso creo que un hilo de saliva le cayó de la comisura de la boca (o como ule dicen en mi pueblo, "se le cayó la baba"), su corazón cambio el ritmo de un instante a otro. Mariposas, abejas, abejorros, golondrinas, gallos, gallinas y una avestruz revoloteaban en su estomago. Las nubes se abrieron de par en par, la luz del reflector del Sol cayó sobre esta desconocida, y se escucharon los cantos de los Ángeles a cada paso que ella daba.

Cuando por fin pudo reaccionar, vio como esta mujer entraba en una cafetería a la que él jamás había prestado atención. Tomó valor respirando varias veces, se limpió la baba, trago algo de saliva para tratar de aplacar la fiesta de aves e insectos que había en su estomago, y se dispuso a entrar detrás de ella a este café. El calor del lugar lo envolvió, el sonido de las charlas llenó sus oídos, el olor del café tostado se mezclaba con el olor a pavimento mojado de afuera, y con el de tarta de fresas que había en los estantes de la entrada, llenos de panqués y postres que se veían deliciosos.

Sólo podia buscarla con la mirada. Ella se encontraba al centro del lugar, sentada ya en una mesa adornada con una rosa en un florero blanco. Había sacado de su bolso un libro que se disponía a acompañar con un café, mientras se secaba el rostro con un pañuelo. Estaba empapada. Su abrigo se encontraba en un perchero a la entrada del café, goteando aun en el piso.

Nuestro personaje, sin pensar en nada más que conocer a esa mujer, dió un paso decidido hacia ella (su cabeza se encontraba en un estado de estupidificación, que de haber llegado a ella en ese momento, sólo habría podido emitir algún ruido gutural y cavernícola). Pero de pronto su estado de estupidificación se vió interrumpido, ya que escuchó en su cabeza de nuevo las primeras notas de la canción que había tarareado todo el día... El bajo y la trompeta del maestro Davis comenzaron a llevarlo de nuevo en un viaje, que como su titulo dice, hacía que nada mas importara... "So what". Y se dio cuenta que no era su cabeza la que reproducía la canción, sino las bocinas del sonido del café.

Cuando volvió en sí y reaccionó, miró a esa mujer que tanto anhelaba conocer, y se dio cuenta de la cara de sorpresa que ella tenía también, mirando incrédula la bocina, y sonriendo como si no creyera en la suerte que tenía de que esa canción estuviera justo en ese momento sonando. Era su canción favorita, y todo el día había estado esperando escucharla.

Y como si hubieran estado toda su vida preparándose para ese momento especifico, como si cada caminata al sol del verano en un jardín lleno de flores los hubiera llevado a ese lugar, sus miradas se cruzaron por primera vez, admirándose el uno al otro sin entender qué sentían. Se sonrieron mientras el jazz los acompañaba al ritmo de la vida, y no dijeron nada más...


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