¿Alguna vez han hecho el oso de la vida? ¿Alguna vez han metido la pata, y han querido que se abra la tierra y los trague hasta lo mas profundo de sus entrañas? De esas que dicen "Dios, ¿Por qué no cae un puto rayo cuando se necesita?". Pues creo que todos en algún momento nos hemos encontrado en alguna de esas terribles situaciones.
Me da risa acordarme, pero una de las más cercanas que me pasaron fue hace cerca de un mes. Iba yo a un concierto en domingo (que por cierto, aún debo hacer mi entrada de los conciertos), por lo que pasé por mi eterno compañero de conciertos el Paco (Si no lo conocen, tiene un blog de conciertos precisamente: paquitolopez.blogspot.com). Ya que íbamos en camino, decidimos parar en un cajero Bancomer que se encuentra junto a Hooters en Altavsta sobre Insurgentes. Bajamos los dos para sacar la lana para las chelas. Veníamos platicando mientras sacábamos dinero, y al regresar hacia el carro, el idiota del Panda no se da cuenta que había en su camino una puta banquetita amarilla (tope de estacionamiento), y se tropieza con su patita de hobbit. Trastabillé tres pasos antes de darme cuenta que no iba a poder rescatar la maniobra. Mi magnánimo cuerpo iba en caída libre al suelo. A pesar de que tengo el cuerpo de un Panda Gigante, soy bastante ágil y atlético, así que decidí caer de la mejor manera, metiendo el hombro y lomo para amortiguar el golpe. Pequeño detalle: acababa de llover, así que fui a estrellarme en el charco mas sucio y apestoso de todos los alrededores, salpicando agua como Keiko en todas direcciones (si Keiko hubiera caminado y caído en un charco de agua sucia). Paquito corrió a preguntarme si estaba yo bien, (pero bien pendejo), mientras mojaba sus pantalones de la risa (junto a una pareja que estaba en su camioneta en el semáforo en ese preciso instante y vieron como caía, seguramente en cámara lenta...) Recuerdo que me quedé tirado unos instantes mientras me reía y me daba cuenta que iba a pasar todo el concierto de ese día oliendo a charco estancado. No me lastimé nada, no me rompí nada... Solo me abollé el orgullo y la autoestima que me quedaba se me escapo entre las risas de Paco y los tarados de la camioneta.
Me da risa acordarme, pero una de las más cercanas que me pasaron fue hace cerca de un mes. Iba yo a un concierto en domingo (que por cierto, aún debo hacer mi entrada de los conciertos), por lo que pasé por mi eterno compañero de conciertos el Paco (Si no lo conocen, tiene un blog de conciertos precisamente: paquitolopez.blogspot.com). Ya que íbamos en camino, decidimos parar en un cajero Bancomer que se encuentra junto a Hooters en Altavsta sobre Insurgentes. Bajamos los dos para sacar la lana para las chelas. Veníamos platicando mientras sacábamos dinero, y al regresar hacia el carro, el idiota del Panda no se da cuenta que había en su camino una puta banquetita amarilla (tope de estacionamiento), y se tropieza con su patita de hobbit. Trastabillé tres pasos antes de darme cuenta que no iba a poder rescatar la maniobra. Mi magnánimo cuerpo iba en caída libre al suelo. A pesar de que tengo el cuerpo de un Panda Gigante, soy bastante ágil y atlético, así que decidí caer de la mejor manera, metiendo el hombro y lomo para amortiguar el golpe. Pequeño detalle: acababa de llover, así que fui a estrellarme en el charco mas sucio y apestoso de todos los alrededores, salpicando agua como Keiko en todas direcciones (si Keiko hubiera caminado y caído en un charco de agua sucia). Paquito corrió a preguntarme si estaba yo bien, (pero bien pendejo), mientras mojaba sus pantalones de la risa (junto a una pareja que estaba en su camioneta en el semáforo en ese preciso instante y vieron como caía, seguramente en cámara lenta...) Recuerdo que me quedé tirado unos instantes mientras me reía y me daba cuenta que iba a pasar todo el concierto de ese día oliendo a charco estancado. No me lastimé nada, no me rompí nada... Solo me abollé el orgullo y la autoestima que me quedaba se me escapo entre las risas de Paco y los tarados de la camioneta.
Otra de las veces que recuerdo que pase una vergüenza del tamaño del diablo fue en la universidad. Estaba en clase de Dinámica (como física Newtoniana avanzada... Recuerden que soy Ingeniero) y recuerdo que me sentía un poco indispuesto del estomago. Tenía unos trinches retortijones que no podía con ellos... Parecía que una maldita marmota estaba revolcandose en mis tripas mientras se pedorreaba dentro de mi. Estaba yo sentado al frente de la clase, tecnicamente sólo en 3 filas (si... En clases era medio ñoño) y el profesor divagaba alguna estupidez. Recuerdo que en mi estúpida mente, pensé que si "liberaba" un poco de presión, me sentiria mejor, y en el anonimato que te da un grupo de estudiambres que comen cualquier porquería porque nunca traen dinero, podría ver feo a cualquiera para imputarle la culpa antes que nadie. Oh mi Dios... ¡¡parecía que me iba a morir!! Cómo si hubiera comido caca, el olor era completa y absolutamente nauseabundo. Y para hacerlo peor: en ese momento al profesor se le ocurre acercarse hacia donde estaba yo solito, mientras se dirigía a toda la clase. Juro que le lloraron los ojos (a mi me estaban chillando como si cortara cebolla). Creo que cuando le dió el golpe, estuvo a dos de desmayarse pero mantuvo la calma. Se encaminó a la puerta mientras seguía hablando, y la abrió... mientras, el Panda se moría por dentro de la pena (y del asco... neta que me estaba muriendo de algo...)
Siempre he creído que lo mejor que debes de hacer es reírte, y tratar de pasar la pena lo mejor posible. Normalmente no soy una persona que se apene facilmente. Normalmente me verán riéndome, haciendo escándalo, ruido, cotorreando a meseros, cajeros, etc etc. Pero hay veces que ni eso es suficiente para pedir que te aplaste King Kong, o te trague la tierra. Uno de los mejores osos que me he aventado en mi vida y donde de verdad estaba apenado, fue hace cerca de 3 años. Acababa yo de entrar a mi actual lugar de trabajo, tenía escasos 15 días, cuando me tocó ir con toda el área de ventas a un curso regional a Monterrey. Fui con mi jefe, un cuate de 34 años que se comportaba como si tuviera 54, completamente serio, político y... para que me engaño... muy mamón. Además había cerca de 10 gerentes de Ventas de diferentes franquicias, así como gente de corporativo. A la hora de la comida del último día nos sentamos en una gran mesa en el restaurante del Camino Real, mi jefe a la derecha, una gerente GUAPÍSIMA a mi izquierda. El platillo fuerte eran codornices en salsa de pimienta. En medio de la plática, mientras reíamos, y yo trataba de conocer mejor a la gerente a mi izquierda (por puro interés profesional... necesitaba saber la talla de su brasiere), no sé como al tratar de cortar un pedazo de la PINCHE codorniz, se me resbala la mano del cuchillo... ¡y doy UN MANOTAZO a la salsa! No mames con la escena en cámara lenta, si hubiéramos tenido la cámara Phantom grabando hubiera sido espectacular. Salsa volando en todas direcciones, a mi cara, a la cara de la gerente guapísima, a la corbata de mi jefe, ver como cambiaba la cara de mi jefe a la cara de ¨Te voy a matar lentamente". Y por mi cabeza sólo pasó la frase "Te van a correr pendejo... hasta aquí llegaste". Y recuerdo las risas, las carcajadas, un gerente que se ahogaba por que no podía parar de reír... Juro que creí que se iba a morir. Y la salsa maldita estaba en todos lados. Neta como explosión llegó a todos los rincones. Y obvio yo estaba pasmado, chorreando salsa hasta por las orejas. Gran manera de tener una bienvenida a la empresa.
Así que ya saben, todos tenemos historias penosas así. Todos hemos querido que nos trague la tierra y desaparecer como por arte de magia. Pero lo mejor que podemos hacer siempre es sonreír, y tomarlo por el lado amable. Ahora si me disculpan, voy a llorar en posición fetal hasta quedarme dormido.