Despertó en medio de un estremecimiento, con el baño de un
balde de agua helada en la cabeza. Sabía que tenía hielos, porque sintió
incluso pequeños golpes en la cara. No sabía cuanto tiempo había pasado desde
que lo amarraron a esa silla, pero sabía que no faltaba mucho tiempo para por
fin ser libre.
Intentó abrir los ojos. Se sentía cegado por una luz que le
apuntaba al rostro. Sintió dolor en todas sus extremidades. De sus muñecas
corrían hilos de sangre diluidos en agua, porque los cinchos con los que lo
amarraron estaban demasiado apretados. Ya había perdido casi toda la sensación
en sus pies, sólo quedaba un agudo dolor que incesantemente le clavaba agujas
en la piel.
Estaba desnudo, y sentía como tiritaba completamente de pies
a cabeza. Sentía ahora un dolor inmenso en la cabeza, debido a los golpes que había
recibido durante horas, sino es que días. Había sido golpeado con la cacha de
una pistola, y sentía como su ojo derecho estaba ciego. Un último golpe en la
nuca hizo que que perdiera el conocimiento la última vez.
El interrogatorio había sido más que eso. Había sido una
tortura. Tenía varios dedos de las manos rotos, porque los habían martillado
uno a uno, tratando de quebrar su voluntad. La realidad es que estaba tan
preparado mentalmente para cualquier tipo de dolor, que lo único que habían
alcanzado a romper eran su falanges.
Un tipo se acercó de nuevo a él. Traía en una mano un
bisturí, y en la otra unas pinzas de presión. No hablaría. No caería en su
juego, por más dolor que le infligieran.
Sabía que era cuestión de tiempo para ser libre. Pronto todo terminaría. Sabía
que su fe era inquebrantable. Todo lo llevaría a ese momento de libertad.
El tipo tomó el bisturí, y lo insertó lentamente en su
pierna izquierda. Escuchó cómo cortaba
el tejido poco a poco, mientras el dolor casi lo hizo desmayarse. Se nubló la
vista del único ojo que tenía abierto. Trató de reprimir un grito de dolor con todas sus fuerzas, y lo único que
logró escucharse de su boca fue un ligero gruñido.
El bisturí quedó clavado en su pierna, mientras, con las
pinzas de presión, atrapó su nariz. Fue tan grande el dolor que sintió,
mientras apretaban y torcían su ya rota nariz, que a punto estuvo de gritar y
pedir clemencia por su vida... Pero se contuvo. Las lágrimas rodaron por sus
mejillas. Lo único en lo que podía pensar era en su familia, y que pronto sería
libre.
Comenzó a calcular el tiempo, y se imaginó que faltaría sólo
un poco más. Tendría que aguantar un poco antes de que fuera salvado. El tipo
ya había salido del cuarto, y alcanzaba a escuchar gritos tras la puerta.
Parecían estar desesperados. Pero él no hablaría. No caería en su juego.
Se abrió la puerta de golpe, dejando entrar luz del
exterior. Era de día. Dos siluetas entraron apresuradamente. Esta vez, traían
cada uno una pistola. Sin preguntar nada, uno de ellos le disparó en la rodilla
derecha. No pudo contener el grito de dolor que eso le causó. Sintió como sí su
pierna hubiera estallado en mil pedazos. -¿Vas a hablar ahora?- gritó después
de haberle disparado. -¡Habla pedazo de mierda! ¡Habla o juro que te meteré una
bala en el cráneo!- gritó mientras encasquillaba su pistola. La apuntó con un
golpe seco en la sien.
-¡No sé de qué me están hablando! Les juro por la vida de
mis hijos que no sé de qué están hablando...- alcanzó a decir entre lágrimas.
El pensar en sus hijos le causaba más dolor del que estos tipos pudieran
provocarle. Pero sabía que pronto sería libre.
-No va a hablar... ¡Estamos jodidos! ¡Jodidos! - se
escuchaba la desesperación en su voz. El tipo que había disparado comenzó a
caminar de un lado a otro, mientras jalaba sus cabellos. El otro tipo que había entrado con él, había ya dejado caer su pistola, mientras se
ponía en cuclillas recargado contra la pared.
No había caído en su juego. No había sucumbido a los golpes,
a los maltratos, a los choques eléctricos, a la herida de bala, a la privación
del sueño, al hambre, a la sed, a las fracturas, y a la pérdida de sangre. Sabía que mantenerse firme, y no inculparse
lo ayudaría. Sabía que pronto sería
rescatado. Era cuestión de tiempo. Volteó su mirada a la derecha. Las cosas que
le habían quitado cuando lo secuestraron, su ropa, su celular, su reloj, todo estaba en una bolsa, en la
esquina del cuarto donde lo mantenían.
Ojalá pudiera llegar a ellas.
El tipo que le había disparado en la rodilla, se acercó de
nuevo a él. - Por el amor de Dios, tienes que decirnos. Aún hay tiempo...- Los
papeles se habían volteado. Ahora ellos rogaban. Ahora ellos, con lágrimas en
los ojos imploraban clemencia. El silencio que recibieron por respuesta los
inquietó más. Siempre escucharon las mismas respuestas, no sé de que hablan,
tienen a la persona equivocada, tengo familia, juro que no sé nada. Pero ahora
ese silencio, esa falta de respuesta... Les respondía de la peor manera
posible.
-Tenemos que avisar... ¡Tenemos que salir de aquí! Aún no
han evacuado la ciudad completamente. ¡Avisa a todos que debemos irnos ya! ¡Aún
hay tiempo!- sus gritos y desesperación llenaron el cuarto entero. Tomaron sus
pistolas, mientras corrían a la puerta. -¡Este es el agente especial Jones del
FBI, tienen que evacuar la ciudad inmediatamente! No sabemos la ubicación de la
bomba, repito, no sabemos la ubicación de la bomba. Evacuen la ciudad ahora!-
gritaba por el radio.
-Ya no hay tiempo... No hay nada que puedan hacer... - dijo mientras cerraba el único ojo por el que
podía ver. De la esquina del cuarto, se escuchó la alarma de su reloj. Una
sonrisa se dibujó en su rostro. Una explosión lejana hizo estremecer las paredes.
Todo comenzó a temblar con un rugido cada vez más fuerte y ensordecedor. Pensó
en sus hijos, y que ya estaría con ellos. Por fin había sido rescatado. -Los
amo...- alcanzó a decir por última vez antes de que la onda expansiva lo
alcanzara y arrasara con todo. Por fin era libre...