martes, 13 de diciembre de 2016

De solteros desesperados y la peor cita a ciegas.


Érase una vez un pequeño y jovenzuelo Panda que tuvo su primer novia a los 17 años (amo sus errores, 17 años, ¡¡Su primer amor!!... a huevo que también lo leyeron cantándolo, no se hagan). Y ahí en esa primera relación, descubrí que se sentía bien pinche chingón tener vieja, importarle a alguien, tener a quién apapachar, a quien consentir... y obviamente que me apapacharan y me consintieran también. Descubrí que no era tan malo siendo novio. Las suegras me amaban, los suegros me invitaban a echar una chela en las reuniones familiares. Resulté chingón para ser novio (modestia aparte), y me sentía como pez en el agua cuando estaba con alguna de mis novias.

Así pasaron los años de ese joven Panda, siempre teniendo suerte para el amor... tanta suerte que tuve cuatro noviazgos en un periodo de diez años. Y si, lo leen bien: diez años ininterrumpidos entre cuatro novias totales. Y no se equivocan al suponer que, además de sentirme cómodo teniendo vieja tenía yo un defecto más grande y que a la larga me traería más problemas: tenía pánico de estar sólo, miedo a la soledad.

Viajemos ahora al lejano 2009 si me lo permiten. Su amigo el Panda estuvo a punto de ser sometido a uno de los castigos más crueles e inhumanos legalizado y reconocido por la sociedad: el matrimonio. La fémina con la que iba  a casarme resultó ser incompatible para estar conmigo (o sea que ya nos llevábamos de la chingada, pero ese es material para otra historia, o para charla de alguna terapia). Y fue así que después de cinco años junto a la última morra y diez años totales con alguna novia, me encontré por primera vez soltero... por primera vez estaba yo sólo. Y, como estaba listo para casarme con ésta chica, no tenía plan de escape, no tenía prospectos a la vista. No tenía amigas coquetas a las que pudiera intentar coquetearles, no había siguiente paso. Lo peor de todo es que descubrí que esos diez años me habían dejado con el síndrome de Keiko. ¿Qué es el síndrome de Keiko se preguntarán? Pues después de estar en cautiverio casi toda su vida y al ser soltado en la naturaleza, Keiko se dio cuenta que estaba gordo y era re pendejo para cazar. Así que es lo mismo que me pasó a mí: estaba yo gordo, y no tenía ni puta idea de cómo cazar a una morra nueva.

Los siguientes meses fueron una comedia de proporciones dantescas dignas del Discovery Channel: el Panda intentando aprender a ligar chavas en un mundo nuevo. Falla tras falla iba yo estrellándome contra paredes hechas de desamor. Siempre acelerando a fondo sin medir las consecuencias. Siempre como pato cagándola a cada paso. Terminé con el corazón hecho mierda más de una vez.

 En fin, después de años de prueba y error,  de tratar de ligar morras como sabía yo ligarlas hace un chingo de años, y de desmadrarme muchas veces con muchas mujeres, me di cuenta que tenía que practicar más. Salir a todas las citas posibles para poder entrenarme y así no estar tan pendejo cuando llegara la indicada. Además, era una manera de matar dos pájaros con un tiro, ya que además de practicar, me serviría para ampliar mi círculo de mujeres, ya que había salido yo con casi todas las amigas de las amigas, las primas de los amigos, las conocidas, las chavas de la chamba, las morras del Facebook que no sé cómo agregué en un principio... o sea, todas las chavas que se me atravesaran que tuvieran por lo menos dos ojos y pulso, ya había salido yo con ellas (o por lo menos lo había intentado, tórpemente en muchos de esos casos).

Ahí fue cuando recurrí a lo que en ese momento consideré medidas desesperadas. Empecé a aceptar citas a ciegas. Y si ustedes han aceptado a ir a una cita a ciegas, entonces saben el terror que eso puede significar. Ahora lo veo. Ahora lo entiendo. Las citas a ciegas son el último recurso que la gente utiliza antes de decidirse a ser el loco de los perros, la loca de los gatos, o el loco señor que le puso nombre a sus cuarenta y seis periquitos australianos.

En ese momento no sabía eso, además de que no caía en cuenta de que para que hubiera una cita a ciegas, no sólo debía haber una sola parte desesperada. No señor, para que haya una cita a ciegas tiene que haber dos partes lo suficientemente desesperadas para arriesgarse a salir con un completo extraño que no conoce, del que solo le han contado las cosas buenas, y que los amigos tratan de adornar lo mejor que pueden para que la susodicha cita no salga corriendo despavorida. Puede que vayan a salir con alguien que sea un pervertido que quiera lamerles la planta de los pies mientras silban la Marsellesa vestido como Hitler, o ella puede ser una loca que traiga una navaja en su bolsa para poder así rasurarles las cejas cuando las drogas que puso en su bebida hagan efecto y pueda después guardarlas en su cajita de recuerdos de amor eterno. Ya saben, los temores normales.

Pues aún sin saber mucho a lo que me enfrentaba, tuve mi dotación suficiente de citas olvidables con chicas que seguramente eran un amor y una dulzura de personas, pero que simplemente la química y la aburrición no me permitieron disfrutar. Pero un día una amiga me dijo las palabras que todos los solteros desesperados queremos escuchar: "¡Tengo a la mujer perfecta para ti! Es alta, delgada, trabaja en una empresa en la que ella tiene un súper puesto en cosas de esas como las que tú haces, además… ¡le gusta el rock! Fue al Corona Capital, y creo que va a ver a otra de esas bandas de rock que te gustan. Ya le conté de ti, y me dijo que si te latía, te pasara su correo electrónico para que platiquen".

Oro puro. Mi pinche cerebro explotó. "¡No mames! Por fin va a llegar a mi vida la mujer de mis pinches sueños. ¿Le gustará a mi mamá? ¿Se llevará bien con mi hermana? ¿Querrá una boda grande, o algo pequeño y sencillo de unas trescientas personas? ¿Nuestras hijas serán borregos del TEC como su padre, o dejaremos que escojan ellas su propia escuela? No, yo creo que los hijos deben de ser guiados por sus padres... ¿Y si es un pedo con ella? ¿Y si eso nos lleva a pelear y terminamos separándonos? ¿Cuándo vería yo a mis princesas? No mames, pinche vieja. Que pendeja es si se va a querer divorciar de mí sólo porque quiero lo mejor para mis hijas... pero, bueno, al final creo que podríamos arreglar las cosas y vivir felices una vez que nuestras hijas se casen…” Si, así de pendejo estaba yo. Estoy. Estaba. Bueno, ustedes entienden.

Con todos los pinches nervios del mundo, me decidí al otro día a escribirle un correo que decía algo así como: "Hola, ¿cómo estás? Soy Christian, el amigo de Fulanita de Tal. Mucho gusto. Me dice que te gusta el rock. ¡A mí me encanta también! La verdad es que escribo este correo sólo para tener la oportunidad de que me conozcas y te enamores de mí y le cuentes a nuestros hijos que su papá te enamoró desde el primer momento en que lo  viste. Así que espero verte lo más pronto posible para poder empezar a planear la boda. Te amo". O algo así de pinche desesperado. Pude haber escrito gruñidos neandertales de apareo y hubiera sonado igual.

Así pasamos un par de meses, con correos de ida y vuelta, escribiendo poco a poco de conciertos, de música, de canciones preferidas, de películas, etc. La realidad es que ella siempre estaba ocupada, y no habíamos podido enamorarnos aún. Así que decidí que era suficiente, ya me urgía conocer a la futura madre de mis hijos. Le pedí que planeara un día donde pudiéramos vernos para charlar y finalmente poder conocernos cara a cara. Me dijo que nos viéramos el siguiente martes que no estaría tan ocupada. Y me dijo "Te veo en el restaurante El Corazón de la Alcachofa que está en San Ángel". Yo no tenía ni puta idea de qué restaurante era, pero acepté sin chistar. ¡Vamos! Era el lugar al que mi futura esposa quería ir, así que ahí iríamos.

Llegué ese día veinte minutos antes al pinche restaurante. Fresa, muy fresa. Muy pinche fresa. No acostumbro llevar a lugares así a mis primeras citas, a mis segundas citas, a mis aniversarios, a sus cumpleaños... FRESA. Me senté y comencé a ver a la gente que cenaba ahí: Señores trajeados, señoras de sociedad, juniors escandalosos... y yo, recién salido de la mina Godínez oliendo a oficina y desesperación, vistiendo mi mejor camisa Old Navy de outlet gringo, y mi sonrisa estúpida y nerviosa.

Diez minutos después de la hora acordada la vi llegar. No tenía que presentarse, era ella. Alta, de lentes, delgada, sus piernas más largas que la cuaresma, cabello lacio negro, bolsa en el codo (Que después vi que decía CH, y me dijeron que si, que era cara), traje sastre y una jeta como si estuviera oliendo constantemente un pedacito de caca que se le quedó embarrado en su labio superior. Me levanté y le hice señas. Se acercó y me saludó tan fría como una nalga dejada al aire en una noche de invierno. Se sentó y se disculpó por haber llegado tarde. Le dije que no importaba (amor mío, ya que me ames serás puntual). Y así fue como comenzó una de las noches más largas de mi pinche vida.

Empezamos a hablar del tráfico, del clima, de idioteces. Le pregunté por fin a qué se dedicaba, me dijo que era... bueno, a la fecha no me acuerdo exactamente, pero era algo así como el enlace entre el congreso y las empresas privadas para las nuevas leyes bla bla bla. No lo sé y no me importa ahora. Ahora, si me conocen en la vida real, sabrán que uno de los puntos fuertes que tengo en una cita es mi carisma y mi plática. Seamos realistas, guapo no soy, además de que tengo algo de panza (y por algo me refiero a un chingo). Así que he aprendido a explotar los dones que los dioses me dieron. Pero nada de lo que intentara con ésta chava funcionaba. Comentarios graciosos seguidos de silencios incómodos. Empecé a sentir la plática cada vez más forzada. A jalones y tirones iba yo sacando pedazos de información. Y creo que ella empezó a sentir lo mismo. Entré en modo pánico.

El mesero llegó a romper un poco la tensión, trayendo consigo "la carta". Y digo "la carta”, porque el muy culero trajo un pinche pizarrón de escuela con todos los platillos disponibles, con el precio, y la cantidad que quedaba de cada uno. Y cuando vi los precios sentí hambre... la pinche hambre que iba a sufrir el resto de la puta quincena. Ella sin chistar, pidió un carpaccio de pulpo, y de plato fuerte una langosta (hija de tu pinche madre... ibas a ser la madre de mis hijos) a la mantequilla con puré de papa. Yo mientras sentía como me dolía la cartera ya. Así que hice lo que cualquier Godínez que se enorgullezca de serlo haría: Ver los precios y buscar lo más pinche barato que me encontrara. "¡A huevo! 35 varos… tráigame una... no, no puedo pedir otra charola de pan... puta madre... no, pues tráigame una sopa del día, y... la pechuga con papas...". El mesero soltó un poco de aire por sus dos fosas nasales, que se tradujeron en un "pobre pendejo" en mi mente. ¡Esta vieja me había traído a un restaurante bien pinche caro, y estaba pidiendo hasta para llevar! ¿Langosta? No mames, en mi pinche vida había yo probado la langosta, y esta vieja la pidió como yo pido cuatro de suadero con todo…

"¿Y de tomar qué desean?" ¡No mames cabrón! ¿Pa’ qué chingados le recuerdas que hay que pedir de tomar?... Y ella sin chistar dijo "Yo quiero tomar vino, ¿mandas al sommelier?" Puta madre, en mi pinche vida había yo tenido contacto con un pinche sommelier. En aquel entonces lo más cercano a vino bueno que yo tomaba era Boones frio de durazno comprado en el OXXO. ¿Tendrían unas Viña Real pa' que no saliera tan caro? En treinta segundos llegó un pinche wey mamón vestido todo de negro, colgado al cuello traía  un pinche sombrerito de charro de metal,  y venía empujando otro pinche pizarrón ahora lleno de vinos y precios. "¿Qué vino desearían tomar? Por lo que ordenaron, les recomiendo el Blublu Caré commolachingadé con cuerpo fuerte y olor chingón, o este vino Guagua Ungüevotecostará, con tonos de madera y cuerpo líquido"... obviamente el hijo de su pinche madre del sommelier nos estaba recomendando las dos botellas más pinches caras de todo el pizarrón. Yo nomás veía la parte de abajo del pizarrón, mientras el culero señalaba la parte de arriba. La morra ésta (que cada vez se parecía menos a la futura madre de mis hijos) dijo con un tono de abolengo "Pues a mí me gusta cualquiera de las dos opciones que recomiendas, pero que el señor decida..." mientras me señalaba a mí... Ah qué pinche coraje hice. ¡Ésta vieja ya me había empinado con las dos botellas más caras de la carta! Porque pendejo jodido me hubiera visto yo pidiendo que me trajera un padre Quino de cajita. Ni madres… esto ya se había vuelto un tema de orgullo. Así que con la voz entrecortada, y con una lágrima saliendo de mi cartera pedí la botella más cara. Al final, si iba a sufrir, que fuera con un buen vino por lo menos.

Se fue el pinche wey del sombrerito, y de nuevo nos quedamos solos. Juro que el pinche reloj retrocedía. Le preguntaba de su familia, me contestaba en monosílabos, y terminaba con un desinflado "¿Y tú?". ¿¿Yo?? Yo aquí de pendejo perdiendo mi tiempo y mi dinero con una vieja que se ve que no va a aflojar ni la plática, ni las sonrisas, ni las nalgas ni nada. NADA. Llegamos al tema de las mascotas, y ahí fue donde como dicen en mi pueblo: La puerca torció el rabo, es decir, valió madres. Le pregunté si le gustaban los animales, y su respuesta fue, hasta cierto punto, una pinche respuesta maravillosa, un poema a lo distintos que éramos los dos… una respuesta que a la fecha recuerdo: "¿Animales? A mí los animales nada más me gustan de tres maneras: en mi plato, en mi asiento, o en mis zapatos...". Ahí fue cuando el chip maldito del panda se activó en DefCon 4. Todas mis alarmas apuntaban a que saliera corriendo, pero decidí quedarme y divertirme un rato más. Al fin ya todo se había ido al carajo en mi mente: "¿Ah sí? Qué curioso, a mí me encantan los animales, sobre todo los callejeros. De hecho tengo siete perros recogidos de la calle, y no los he bañado nunca porque siento que les quito parte de su personalidad. Me encanta abrazarlos siempre que puedo para llenarme de su olor. De hecho antes de venir los dejé que me abrazaran y me lamieran la cara. ¿No te parece lindo?"

Priceless... la pinche cara que puso fue priceless... (Priceless significa “no tuvo precio” para mis amigos del CONALEP). Hagan de cuenta que le había dicho que mi hobby era agarrar a nalgadas a abuelitas en la calle. Su cara era de horror mezclada con asco. Y yo le sonreía sólo para joderla. Llegó el pinche sommelier a destapar la botella de vino en la mesa, me dio el corcho, y puse cara de “¿Y a mí para qué chingados me das esto? Tíralo a la basura cabrón, que pienso chingarme toda la botella”. Sirvió un poquito de vino en una de las copas, pero muy pinche poquito, y me la dio.  Pensé “¿Qué? ¡Sírvele bien cabrón! No mames pinche miserable.” Y por la cara que puso, sé que se dio cuenta que yo no tenía ni puta idea de cómo comportarme en ese ambiente. La cara de la morra, era también de “no mames cómo llegué aquí…”. Lindo.

El resto de la cena fue entre silencios incómodos, y miradas a la nada mientras degustábamos nuestros sagrados alimentos. Veía yo mi reloj y sentía que no avanzaba. Me dijo de repente "Oye, perdón, pero tengo que contestar unos correos de la chamba", le dije que no se preocupara, que yo también. Saqué mi celular, y procedí  a escribirle mentadas de madre  a mi amiga a la que nos había presentado. "¿¿¿La pinche “mujer ideal para mi"??? No mames Fulanita, a esa morra le gustan las corridas de toros y sabes que a mí me cagan. Me trajo a un pinche restaurante mamón donde estoy seguro que voy a tener que vender un puto riñón sólo para poder pagar la pinche langosta que se está tragando y el pinche vino mamón que me hizo pedir. Y para acabarla de chingar, le cagan los animales. ¿De dónde chingados creías que éramos perfectos el uno para el otro? Ah, eso sí, ¡descubrí por fin como detener el tiempo! Pinche noche ha sido eterna. Me va a dar chorrillo por tu culpa, y tú vas a tener que venir a sacarme de la cocina, porque me van a poner a lavar platos… ¡Me las vas a pagar!” Creo que los dos estábamos mentándole la madre al mismo tiempo a nuestra amiga en común, ya que ella tampoco dejaba de escribir en su Blackberry (para que se den una idea de hace cuánto tiempo fue eso), porque neta la noche había estado de la chingada.

"¿Postre?" Dijo el mesero con su pinche sonrisa pendeja. Seguramente él y el pendejo del sommelier estaban cagándose de la risa de mi pinche cara todavía. Yo pensé "No chinguen, ya no... no mamen, me van a traer al pinche postrellier con otro puto pizarrón y ahora si hasta los pinches calzones me voy a tener que bajar". Y la morra dijo sin ver la carta siquiera "Si, tráeme un BlablaBluu con un café americano". Pinche mesero sonrió y me dijo "¿Y para usted caballero?" "*Putamadrepuesyaque* tráeme un café nada más por favor…".

Silencio. Las miradas clavadas en los teléfonos. Yo pensaba "¿Por qué chingados pidió postre? ¿Qué no ve que esto está de la chingada?". Llegó su postre y nuestros cafés. Silencio. Cruzábamos una mirada y sonreíamos falsamente, sólo para regresar rápidamente la mirada a los celulares. Cuando por fin comió la última cucharada de su BlablaBluu, levanté la mano para pedir la cuenta. Y venía el momento de la verdad. ¿De cuánto iba a ser el pinche sablazo? Llegó la cuenta, y claro que el pendejo del mesero me la dio a mí. Cuando la abrí, no pude evitar soltar un ligero "Ahhhhsuputamadre" como suspiro hacia adentro, en una mezcla de horror, incredulidad y sorpresa… como cuando ves  una tarántula gigante posada en tus huevos a punto de picarte. De la chingada. Un par de gotas de sudor perlaron mi frente, mi mano temblaba mientras se dirigía a mi nalga para sacar la cartera que ya gritaba de dolor de la cogida que estaban a punto de acomodarle, cuando levanté la mirada y vi que ella ya había puesto su tarjeta en la mesa mientras me decía "Toma, la dividimos si quieres..."

Pinche Panda orgulloso. Pinche Panda jugándole al Don Vergas. Pinche Panda pendejo que era yo. ¿Si eso me pasara ahorita? Puta, ¡que pague ella por escoger un pinche lugar tan pinche caro! Es más, aprovecho y pido para llevar.  Pero en aquél entonces aún tenía yo algo de dignidad. Pensé “Esta pinche vieja va a ir a contarles a todos que estuvo en la peor pinche cita de la historia, y que aparte, con un wey todo jodido que no pudo ni pagar... ¡NI MADRES! Esta vieja podrá decir que soy naco, que soy aburrido, que estoy bien pinche feo... pero por lo menos no me podrá decir jodido”. "No te preocupes. Yo invito" dije con un nudo en la garganta. Juro que hasta un gallo se me salió. Y sin más, me dio las gracias y guardó la tarjeta. Pinches propinas duelen más cuando van a dos hijos de la chingada que de seguro a la fecha se siguen cagando de la risa gracias a mí.

Pagué, y salimos caminando juntos a la puerta. Mi auto ya me esperaba afuera. "Bueno, pues gracias por la cena, nos vemos", y comenzó a caminar hacia Insurgentes (estábamos en Altavista). Pinche Panda pendejo que no sabe quedarse callado: "¿Cómo te regresas a casa? ¿No traes auto?". "No, me voy en metrobús". Eran las 11:30 pm de un martes, y la neta me dio cargo de conciencia dejarla ir caminando sola en la noche... Y ahí voy de pendejo de nuevo "¿No quieres que te lleve a tu casa?" Que diga que no que diga que no que diga que no. "Pues no quiero desviarte, no te preocupes" respondió. ¡Ah como soy pendejo! Que diga que no que diga que no. "No me desvías, además es tarde. Súbete". Ah pinche Panda pendejo, ahí vas de imbécil a cagarla de nuevo.

Terminé llevándola a su casa que estaba a diez minutos de ahí. Nos despedimos sin siquiera darnos la mano. No intercambiamos teléfonos. No dijimos más mentiras de "Me la pasé muy bien", o "Repitámoslo después", o "Yo te llamo". Nada. "Bueno, gracias, bye". Y se bajó en la que yo creo era la puerta de su casa, y digo “creo” porque ya no vi que entrara en ella. Me arranqué y me regresé a mi casa sintiéndome muy pendejo, con un hoyo en el corazón y otro en la cartera. No sólo había perdido a la futura madre de mis hijos... también había yo dejado media pinche quincena en un pinche restaurante que sí, estaba a toda madre, pero con una vieja que de seguro pasó también una de las peores noches de su vida junto a este gordito.

Así terminó la peor cita a ciegas de mi vida. Desde entonces no he vuelto a repetir esa experiencia de salir con alguien que no conozco… ni madres que me vuelven a empinar con una cuenta así. Maduré. Me ayudó a aprender a querer mi soledad. Aprendí que es bueno estar solo para conocerse a uno mismo.   Ya años después me enteré que esta morra se casó con un wey y tuvo una beba hermosa de la que me enseñaron fotos. Todo salió bien al final. Ella con su familia, yo con mis siete perros recogidos de la calle. El único pedo es que no sé aún dónde voy a poner las jaulas de los pinches periquitos australianos, porque si van a ser un chingo. Eso sí, los nombres ya los tengo escogidos. Al final todo salió bien para los dos. TODO SALIÓ BIEN DIJE. 
TODO...